lunes, 31 de mayo de 2010

La propina de la liga

La vida sin liga es muy aburrida. Ya sé que, por mucha pasta que cobren, no se puede exigir a los futbolistas que se pasen doce meses al año jugando todos los domingos. Ellos, aunque no lo parezca, también son humanos, tienen familia, desean estar de vacaciones con los suyos o perderse en una playa paradisíaca durante quince días sin estar pendientes de ir a entrenar o pensar en su próximo rival. Y el hecho de que las ligas duren nueve meses las convierte en más interesantes: son como ciclos que se van repitiendo hasta el infinito aunque a nosotros nos parezca que cada campeonato es algo diferente respecto al anterior.
Como todos los lunes, podéis leer el artículo completo y valorarlo, según os guste, en L'informatiu.

lunes, 24 de mayo de 2010

Maldiciones

Empiezo a convencerme de que me persigue una extraña maldición viajera. En los últimos años, cada vez que hago un viaje largo, sea por trabajo, sea por vacaciones, ocurre algo raro en el Valencia. Al volver a casa, el club ha sufrido una convulsión.
Todo comenzó en junio de 2004. En aquel final de primavera, acudí al Festival de Comedia de Peñíscola con el objetivo de seguir el certamen para un diario nacional. Me fui unos días después de que el Valencia ganara el doblete, tras completar la temporada más brillante de su historia; al volver, Rafa Benítez, el artífice de esos días de gloria, ya no era entrenador del equipo.
Como todos los lunes, podéis leer el artículo completo y valorarlo según os guste en L'informatiu.

lunes, 17 de mayo de 2010

Valencia, 1; Tenerife, 0

En demasiadas ocasiones, la vida es incompatible con el fútbol. El trabajo me hace, en más oportunidades de las que desearía, no poder seguir al Valencia como querría, no tener la oportunidad de seguir a mi equipo como si fuera una persona que trabaja en lo que los americanos denominan “9 to 5”. Estoy en el Festival de Cine de Cannes desde hace casi una semana, trabajando a destajo, viendo películas de todo tipo en sesiones en las que hay tipos encorbatados que buscan como locos filmes para distribuir en España según los gustos que ellos piensan que tiene el público, durmiendo en camas con colchones de muelles agrietados y recorriendo pasillos en el Marché du Film. Aquí, en la Meca del Cine, ha llegado el día del final de la liga, el día en que se resuelve todo un curso futbolístico, y he buscado, sin éxito, un bar en el que pudiera ver el Valencia-Tenerife como si estuviera en mi casa. En vano. Ninguno de los canales que en Francia ofrecen fútbol internacional le hacía el mínimo caso a mi equipo. Como era previsible, lo único que interesaba a los galos era el emocionante final de liga entre el Madrid y el Barcelona. El resto del artículo, como todos los lunes, en http://www.linformatiu.com/nc/opinio/detalle/articulo/la-fuente-de-cannes-aletas/

lunes, 10 de mayo de 2010

Villarreal, 2; Valencia, 0

El fútbol es emoción y las últimas jornadas de liga resumen ese concepto mejor que nada. Las jornadas postreras de cada liga son las más democráticas de todo el torneo, pues en ellas todos los equipos que se juegan algo están al mismo nivel: tiene la misma emoción la lucha por el título que la pelea por eludir el descenso. En las últimas jornadas de cada liga no hay diferencias de clases. Me gusta que el Valencia se juegue algo en los últimos partidos de liga pero, a la vez, prefiero que llegue a ellos con el objetivo cumplido.El resto del artículo, como todos los lunes, en: http://www.linformatiu.com/nc/opinio/detalle/articulo/el-classic-de-la-xeperudeta/

miércoles, 5 de mayo de 2010

Valencia, 3; Xerez, 1

Pocas cosas hay tan deprimentes como un partido en silencio. Cuando se escucha, gracias a la acústica de los estadios, el golpeo del balón, los gritos de los jugadores, el silbato del árbitro. Los partidos con silencio evocan penitencias. Son encuentros que se juegan a puerta cerrada, porque la afición local hizo alguna fechoría, o que tienen tan poco interés que, bien hay pocos espectadores, bien hay bastantes pero están pendientes de otra cosa más importante que lo que acontece en el terreno de juego.
El Valencia-Xerez de ayer fue un partido en silencio. Un encuentro con aroma a choque copero sin trascendencia contra un equipo menor, de esos en los que la afición acude a Mestalla por inercia, porque toca ir al fútbol. Hacía un frío impropio del mes de mayo, el Valencia jugaba contra el colista y la impresión generalizada era que el equipo ya había cumplido con la temporada y lo que queda sólo va a servir para que los internacionales lleguen con las pilas puestas al Mundial y los que estarán de vacaciones cuando se celebre la cita surafricana puedan reivindicarse para seguir un año más en el equipo. Ante esa perspectiva, el público se lo tomó con tanta calma que, para la grada de Mestalla, no parecía que lo que se jugaba el Valencia era clasificarse matemáticamente para jugar la próxima edición de la Liga de Campeones, una gesta que, no hay que olvidarlo, hace dos años que no se daba. Mucho han cambiado las cosas: hace un decenio meterse en la Champions, aunque fuera para jugar la previa, era una hazaña que se festejaba por la calles; ahora es una obligación.
Con ese ambiente, el partido no tenía otro remedio que ser de los tontos. Tan tonto que, en el descanso, la tradicional banda de música que ameniza el tiempo en el que los jugadores están en los vestuarios pasando de lo que les dice Emery dio la vuelta al campo con una velocidad desacostumbrada. La banda de música en Mestalla es una de las distracciones del intermedio, y rivaliza en la atención del aficionado con el absurdo concurso en el que un tipo con pinta de concursante de "Saber y ganar" chuta una serie de penaltis a la portería cubierta con un plástico agujereado. Dos distracciones a la vez son contraproducentes. No hay que olvidar que el público mayoritario de Mestalla está compuesto por hombres y todo el mundo sabe que el hombre es incapaz de hacer dos cosas a la vez. Yo, como soy hombre, me fijé sólo en la banda de música.
La supersónica vuelta al ruedo de la banda de música estuvo propiciada por el frío que debía estar pasando el tipo del puro que, desde hace más de quince años, es esa especie de cabo de comparsa mora que acompaña a la formación musical de turno con su inseparable puro en la boca. El tipo se llama, según leí en la página de los amigos de Checheche, Nicasio Agustina. A Nica, como creo que lo llaman sus amigos, no le tienen mucho cariño mis compañeros de localidad en Mestalla. Supongo que porque lo identifican con los tiempos de Paco Roig, la época en la que Agustina comenzó a ejercer de mamporrero musical, suelen increparlo con un insulto más inteligente que soez, cuando enfila la salida del rectángulo de juego justo por el sector que hay debajo de mi localidad: le llaman "pelota". Ayer Nica, con su gabardina de teniente Colombo y su pinta de presidente de falla, era como esos pelotas que corren detrás de sus jefes en situaciones de estrés laboral, pues llevaba a los pobres componentes de la banda sin resuello.
Para cuando Nica Agustina salió corriendo con una treintena de tíos armados con instrumentos detrás de él, el Valencia tenía el partido en el bolsillo y, con él, su billete para la Champions. No porque ganara, que sólo empataba a uno, sino porque había sido capaz de igualar un duelo sin hacer absolutamente nada. El mísero Xerez, un equipito que sólo podía despertar simpatías cuando veías que tenía un futbolista enano, el chileno Orellana, al que los pantalones le llegaban a la pantorrilla, un portero que cedimos por malo y, con la cesión, se ha hecho más malo todavía, y un entrenador que sigue pensando que la gente viste y se peina como en los 80, bastante había hecho con presionar un poco, marcar un gol y esperar que el Valencia afilara sus uñas para desgarrarlo. Eso ocurrió en la segunda parte, cuando la grada sólo tuvo un momento para despertarse, cuando intuyó que había visto los últimos minutos como valencianista de Rubén Baraja, probablemente el futbolista más importante que ha tenido el Valencia en la década, y lo despidió como se merece. Así es el fútbol. Sólo un momento como ese convierte un partido en silencio en una cita memorable.

martes, 4 de mayo de 2010

Los últimos días de Unai Emery

Hay entrenadores que no tienen término medio. Crean una complicidad en el vestuario que exige de cada uno de sus componentes un compromiso inquebrantable. Se está con ellos o se está contra ellos. Quienes están con el entrenador siguen sus consignas hasta la muerte, como si de un visionario general se tratara en una guerra ciega; quienes están contra él, no disimulan su desafección a la causa. Los técnicos que provocan amores y odios entre sus jugadores suelen ser los que más éxitos alcanzan, quizás porque su ideario futbolístico, complejo y vital, va más allá de la disposición de los futbolistas sobre el terreno de juego o de las tácticas que emplean para ganar los partidos. Técnicos como Luis Aragonés, José Mourinho, Rafa Benítez o Fabio Capello responden a ese perfil. Hay entrenadores que, pese a trabajar con un ideario balompédico útil, son incapaces de transmitir al vestuario ese entusiasmo que provoca que los futbolistas den ese plus de rendimiento en el campo que, en los tiempos modernos, es un valor añadido para ganar títulos. Son técnicos estudiosos, arriesgados en sus variantes tácticas y generosos en su trabajo, pero adolecen de la capacidad de motivación suficiente como para sacar el máximo rendimiento a una plantilla. Técnicos que sacan bastante partido a planteles llenos de futbolistas oscuros, sin demasiado nombre, pero que, cuando recalan en un club grande, acaban devorados por un vestuario con mayor ascendencia que ellos mismos. En este perfil cabe gran parte de los entrenadores que llegan a dirigir equipos en la elite.
Cuando este ejemplar de la Turia llegue a los kioscos, la liga española estará a cuatro jornadas de la conclusión y el Valencia tendrá virtualmente asegurada su clasificación para la próxima edición de la Liga de Campeones. El Valencia está a punto de coronarse como campeón de la liga invisible, ese torneo que juegan los 18 equipos españoles que no son ni el Real Madrid ni el Barcelona, ese campeonato que no interesa a los medios de comunicación nacionales ni tiene presencia en los telediarios, las páginas de deportes de los diarios, ni las tertulias radiofónicas de las grandes cadenas. El artífice de ese éxito se llama Unai Emery, un entrenador que ha trabajado con honradez en las dos temporadas en las que ha permanecido al frente del club y que, con una plantilla inferior a la que poseen los dos clubes más poderosos del país, ha dejado al Valencia en el lugar que le corresponde: el de cabeza de ratón. Sin embargo, todo apunta a que Emery no renovará su contrato con el Valencia. Las pistas que Manuel Llorente, presidente del club, ha dado en las últimas semanas sobre la continuidad del entrenador dejan entrever que al donostiarra se le agradecerán los servicios prestados y el club buscará un técnico que gestione el vestuario en tiempos de crisis. No se puede olvidar que esta temporada será, probablemente, la última en la que el Valencia disponga de una plantilla capacitada para ganar títulos, dada la feroz crisis financiera que vive la entidad. Y Emery tiene pocos números para guiar la nave del Valencia en los tiempos difíciles que se avecinan.
Llorente piensa, como parte del valencianismo, que Emery no es el entrenador idóneo para una plantilla que, para repetir una clasificación como la que alcanzará el Valencia este año, va a precisar un plus de motivación extra, un empuje mental que haga que sus miembros rindan muy por encima de sus posibilidades reales. Como el Valencia de la era de Benítez o el de Luis Aragonés a mediados de la década de los 90. El problema es dar con la tecla, encontrar ese técnico que sea capaz de dominar un vestuario, de exprimir al máximo los activos, mejores o peores, con los que cuente el Valencia la próxima temporada para conservar su posición de privilegio dentro del proletariado del fútbol español.

(Publicado en Turia el 30-4-10)

lunes, 3 de mayo de 2010

Espanyol, 0; Valencia, 2

Estaba sólo a 200 metros del estadio Cornellà-El Prat, un recinto moderno y funcional que, desde fuera, no se diferencia demasiado de las naves industriales y fábricas que pueblan un polígono de la ciudad “charnega” por antonomasia. A esa distancia se celebraba, en la Fira de Cornellà, la primera edición del Salón Erótico de Barcelona, un evento que recupera para la capital del porno español el protagonismo que, en los tres últimos años, perdió la ciudad que, a lo largo de tres lustros, aglutinó el 90 % de las producciones de cine para adultos en nuestro país. El Salón Erótico de Barcelona fue, desde el viernes hasta ayer domingo, el epicentro del sexo español.
El artículo completo, como todos los lunes, en:
http://www.linformatiu.com/nc/opinio/detalle/articulo/erecciones-en-cornella/