Durante once años, un mes y un día viví en un pueblo de L'Horta Sud de cuyo nombre no quiero acordarme. Por lo general, acudía a Mestalla en moto, el único medio de transporte que sé conducir, pero los días que llovía recurría al metro para desplazarme a ver el Valencia. El metro es un medio de transporte fascinante, pues revela la personalidad de cada ciudad. A mí, el metro de Madrid me produce tristeza, lleno de rostros cansados por el trabajo diario y los largos desplazamientos. El de París, por el contrario, me da buen rollo, con esa mezcla racial, cultural y social que puebla sus vagones. El de Valencia es un metro incompleto, mucho más útil para quienes viven en el área metropolitana que para los que intentan sobrevivir en el centro de la capital, y por ello mi sentimiento hacia él es incompleto: hay días que me genera desasosiego y hay otros en que me produce alegría. El artículo completo en L'informatiu.
martes, 14 de junio de 2011
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