domingo, 22 de noviembre de 2009

Osasuna, 1; Valencia, 3

La mayoría de los matrimonios, parejas, uniones de hecho y reuniones de desecho solventan sus diferencias televisivas comprando dos aparatos: uno lo instalan en el comedor, lugar en el que comparten programas, y el otro, en una habitación de la casa, refugio habitual del varón cuando quiere ver un partido de fútbol. Mi novia y yo descubrimos hace unos cuatro años un televisor que, con el tiempo, se ha convertido en una panacea para nuestras diferencias televisivas, un recurso tecnológico para hacer nuestra convivencia más placentera. Se trata de un aparato de 42 pulgadas que tiene la facultad de partir la pantalla en dos, de manera que se pueden ver dos programas distintos a la vez, aunque sólo uno de ellos tenga sonido. Desde entonces, los días que hay partido "partimos la pantalla" para que yo vea el fútbol, por muy absurdo que sea el encuentro, mientras ella contempla un episodio de su serie favorita en la otra mitad del televisor. Así, podemos ver nuestros programas preferidos sin estar separados, algo que afianza nuestra convivencia. Y, como ya he dicho antes, el televisor tiene 42 pulgadas, lo que significa que cada uno ve lo que desea en una cómoda pantalla de 21 pulgadas, suficiente para poder apreciarlo todo sin quedarse ciego.
Ayer vi el Osasuna-Valencia de esa manera. Con la "pantalla partida", al mismo tiempo que mi novia miraba, en su trozo de televisor, un capítulo de la serie "Accidentally on purpose", una sitcom americana de risas enlatadas ambientada en la redacción de un periódico cuyas historias (y lo digo por experiencia) no se parecen en nada a lo que sucede en las redacciones de los diarios españoles. Naturalmente, a mí me tocó la parte de la pantalla que no tiene voz, algo que no sólo no me molesta en absoluto sino que me llega a gustar, dado el bajo nivel de los locutores de las televisiones españolas en general.
De esa guisa, vi el primer gol del Valencia, un prodigio de juego de toque culminado por el instinto matador de Villa. Poco después, también observé cómo un futbolista del Valencia lanzaba una deliciosa vaselina por encima de Ricardo que significó el 0-2, pero, como no tenía voz en mi trozo de pantalla, pensé que había sido Miku, un experto en vaselinas por encima del portero, sobre todo si juega en Alcoy. La repetición me sacó de mi error, al comprobar que el autor de aquella joya había sido Albelda y le pedí a mi novia que pusiera un momento el sonido en mi parte de pantalla para cerciorarme de que no había sido una alucinación. Así fue. Sólo me queda por descubrir cuándo ha aprendido Albelda a hacer esas cosas. Ya en la segunda parte, contemplé el trallazo de un futbolista del Valencia que, tras estrellarse en el larguero, supuso el 0-3. Pensé que había sido Albelda, contagiado por el entusiasmo que me había producido el gol anterior. Pero la repetición volvió a sacarme de mi error al ver que fue Marchena el que, de forma sorprendente, había lanzado aquel obús. Entonces pensé que el presunto centro del campo cicatero que había alineado Emery, con la pareja criminal formada por Albelda y Marchena, se había transformado por arte de magia en una dupla de técnica insólita en el disparo desde fuera del área y reconocí, sin que sirva de precedente, los méritos del entrenador al ponerlos juntos en el medio del campo valencianista.
Pero lo que más me sorprendió de mi partido mudo fue comprobar, en el momento en que mi novia acabó su ración de series americanas, que el campo del Osasuna era un hervidero de protestas contra el árbitro, contra Emery, contra César y contra Villa. Que la gente sacaba pañuelos pidiendo la oreja del árbitro como si estuvieran en plena feria taurina de San Fermín y que incluso un aficionado estuvo a punto de cortarle la oreja a un linier lanzando un bocadillo de chistorra que casi acaba con el apéndice auditivo del pobre árbitro asistente.
Nadie, sin embargo, protestaba contra Camacho, que convirtió el partido en una guerra absurda de pelotazos, patadas y épica mal entendida. Yo, si hubiera estado allí, habría sacado mi pañuelo para pedir no la oreja, sino el rabo de ese entrenador que pretendía ganarle al Valencia de la manera más chusca posible: haciéndole daño al balón con pelotazos a ninguna parte que, como suele pasar en estos casos, producían dolor de cabeza en los centrales valencianistas y dolor de ojos en quienes veíamos tal estrategia. Y eso que yo, para entonces, ya no tenía la "pantalla partida" y lo veía en un televisor de 42 pulgadas y con sonido.

6 comentarios:

  1. joder bonico como para ver un primer plano de Camacho a 42 pulgadas... supongo que tras eso ni con cialis ni con viagra.

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  2. Y con esa pantalla partida ¿no os da estrabismo?

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  3. Coño, esa pantalla "partible" mola. Yo sigo con mi peazo tele de culo gordo, y que dure, pero el día que por fin me pase a una plana molona exigiré que la pantalla sea partible.

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  4. Yo soy uno de los pocos hombres que puede hacer dos cosas a la vez.

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  5. yo he visto esa pantalla partida
    y doy fé de que es realmente mágica!!!!

    y sí, Emery nos sorprendió con ese centro del campo que amenazaba peli de Theo Angelopoulos y acabó en una de Tarantino!!

    Qué golazos, por diossss!!!!!

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