miércoles, 5 de mayo de 2010

Valencia, 3; Xerez, 1

Pocas cosas hay tan deprimentes como un partido en silencio. Cuando se escucha, gracias a la acústica de los estadios, el golpeo del balón, los gritos de los jugadores, el silbato del árbitro. Los partidos con silencio evocan penitencias. Son encuentros que se juegan a puerta cerrada, porque la afición local hizo alguna fechoría, o que tienen tan poco interés que, bien hay pocos espectadores, bien hay bastantes pero están pendientes de otra cosa más importante que lo que acontece en el terreno de juego.
El Valencia-Xerez de ayer fue un partido en silencio. Un encuentro con aroma a choque copero sin trascendencia contra un equipo menor, de esos en los que la afición acude a Mestalla por inercia, porque toca ir al fútbol. Hacía un frío impropio del mes de mayo, el Valencia jugaba contra el colista y la impresión generalizada era que el equipo ya había cumplido con la temporada y lo que queda sólo va a servir para que los internacionales lleguen con las pilas puestas al Mundial y los que estarán de vacaciones cuando se celebre la cita surafricana puedan reivindicarse para seguir un año más en el equipo. Ante esa perspectiva, el público se lo tomó con tanta calma que, para la grada de Mestalla, no parecía que lo que se jugaba el Valencia era clasificarse matemáticamente para jugar la próxima edición de la Liga de Campeones, una gesta que, no hay que olvidarlo, hace dos años que no se daba. Mucho han cambiado las cosas: hace un decenio meterse en la Champions, aunque fuera para jugar la previa, era una hazaña que se festejaba por la calles; ahora es una obligación.
Con ese ambiente, el partido no tenía otro remedio que ser de los tontos. Tan tonto que, en el descanso, la tradicional banda de música que ameniza el tiempo en el que los jugadores están en los vestuarios pasando de lo que les dice Emery dio la vuelta al campo con una velocidad desacostumbrada. La banda de música en Mestalla es una de las distracciones del intermedio, y rivaliza en la atención del aficionado con el absurdo concurso en el que un tipo con pinta de concursante de "Saber y ganar" chuta una serie de penaltis a la portería cubierta con un plástico agujereado. Dos distracciones a la vez son contraproducentes. No hay que olvidar que el público mayoritario de Mestalla está compuesto por hombres y todo el mundo sabe que el hombre es incapaz de hacer dos cosas a la vez. Yo, como soy hombre, me fijé sólo en la banda de música.
La supersónica vuelta al ruedo de la banda de música estuvo propiciada por el frío que debía estar pasando el tipo del puro que, desde hace más de quince años, es esa especie de cabo de comparsa mora que acompaña a la formación musical de turno con su inseparable puro en la boca. El tipo se llama, según leí en la página de los amigos de Checheche, Nicasio Agustina. A Nica, como creo que lo llaman sus amigos, no le tienen mucho cariño mis compañeros de localidad en Mestalla. Supongo que porque lo identifican con los tiempos de Paco Roig, la época en la que Agustina comenzó a ejercer de mamporrero musical, suelen increparlo con un insulto más inteligente que soez, cuando enfila la salida del rectángulo de juego justo por el sector que hay debajo de mi localidad: le llaman "pelota". Ayer Nica, con su gabardina de teniente Colombo y su pinta de presidente de falla, era como esos pelotas que corren detrás de sus jefes en situaciones de estrés laboral, pues llevaba a los pobres componentes de la banda sin resuello.
Para cuando Nica Agustina salió corriendo con una treintena de tíos armados con instrumentos detrás de él, el Valencia tenía el partido en el bolsillo y, con él, su billete para la Champions. No porque ganara, que sólo empataba a uno, sino porque había sido capaz de igualar un duelo sin hacer absolutamente nada. El mísero Xerez, un equipito que sólo podía despertar simpatías cuando veías que tenía un futbolista enano, el chileno Orellana, al que los pantalones le llegaban a la pantorrilla, un portero que cedimos por malo y, con la cesión, se ha hecho más malo todavía, y un entrenador que sigue pensando que la gente viste y se peina como en los 80, bastante había hecho con presionar un poco, marcar un gol y esperar que el Valencia afilara sus uñas para desgarrarlo. Eso ocurrió en la segunda parte, cuando la grada sólo tuvo un momento para despertarse, cuando intuyó que había visto los últimos minutos como valencianista de Rubén Baraja, probablemente el futbolista más importante que ha tenido el Valencia en la década, y lo despidió como se merece. Así es el fútbol. Sólo un momento como ese convierte un partido en silencio en una cita memorable.

4 comentarios:

  1. jojojo pues no sé por qué a Nica no le han dado ningún papel como padrino en una peli de la mafia porque con la gabardina, el traje y el puro queda de lujo

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  2. Cómo no va a correr la banda si con la rasca que hacía les pusieron los aspersores XDD

    Comparto lo de Baraja, sin duda una leyenda.

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  3. Paco, coincido contigo en que lo mejor del partido fue la ovación a Baraja y la dignidad de un jugador, que siempre ha demostrado una lealtad inquebrantable a los colores que defiende.

    Cisco Fran

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  4. Gorosito es un cruce entre el Puma y Millán el de martes y trece cuando imitaba al Puma.

    Eterno Baraja.

    BT

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