martes, 21 de diciembre de 2010

Adolescencia perversa

Soy muy fan de la copa y sus prefijos superlativos, un término que sólo entenderéis quienes hayáis leído "Ja tenim equip". Estoy seguro de que me fascina este tipo de torneos a doble partido porque el Valencia de mi adolescencia fue ese, el que sólo se veía en la copa y sus superlativos. Un equipo estéril y pusilánime en la liga que, entre semana, cuando los partidos se tenían que jugar con el cuchillo entre los dientes, ofrecía su mejor cara. El Valencia de mi adolescencia fue el de los Kempes, Solsona, Carrete o Botubot, un conjunto más burgués que obrero que sólo se ponía a trabajar cuando había que arreglar algo en casa, pero que sacaba todo su orgullo en la copa, la Recopa, la Supercopa y la Recontracopa, competición que no existe. La adolescencia es la estación de la vida en la que empiezas a recibir hostias de verdad, en la que comienzas a darte cuenta de que la vida va en serio, aunque esa certeza sólo la alcanzas rebasados los cuarenta. Y por eso, en el torbellino de mi adolescencia, aquel Valencia me enseñó a valorar la copa.

Nunca me he parado a analizar las causas de que aquel equipo diera lo mejor de sí en los torneos por eliminatorias, pero hoy, al ver al Valencia ante el Villarreal, he tenido una iluminación, algo cada vez menos habitual en mi maltrecho cerebro. He recordado que aquel equipo del tránsito entre los setenta y los ochenta era bastante golfo, que muchos de sus jugadores agotaban las noches valencianas en los pubs cercanos a Woody y en la discoteca Samy, y que sus noches eternas solían ser los jueves. Quizá por eso, cuando jugaban un miércoles, lo hacían en el mejor día de la semana, ese al que la resaca no alcanza. Este equipo, de inferior calidad pero de un perfil noctámbulo similar, sufre del mismo mal. Y eso, pensándolo bien, no es nada malo. Si la liga parece destinada a jugarse en las páginas del Marca, mejor dedicarse a la copa y los prefijos superlativos.

El Valencia-Villarreal de hoy me ha hecho rescatar esa adolescencia perversa en la que descubrí, mezclados sin sentido, el amor, las películas de autor, el sexo o la poesía. Una adolescencia en la que ir al fútbol entre semana valía la pena. Como tantas veces ocurrió hace más o menos treinta años, el Valencia jugó con raza pero con convencimiento, sin renunciar a la solidaridad ni en defensa ni en ataque. Como tantas veces ocurrió hace algo así como tres décadas, le faltó puntería para imprimir en el marcador su superioridad. Como tantas veces sucedió en plena transición democrática, mantuvo ese espíritu hasta el final a medida que sus fuerzas flaqueaban y evitó un castigo excesivo.

Es posible que penséis que un partido de ida de octavos de final de copa en el que el Valencia sólo haya podido empatar a cero con el Villarreal no sea como para sentirse gozoso. Puede que, desde un punto de vista objetivo tengáis razón, pero a mí el Valencia-Villarreal de boy me ha devuelto una parte de mi adolescencia y eso, como el ridículo anuncio de una tarjeta de crédito, no tiene precio.

Valencia, 0 - Villarreal, 0 (Mestalla, 21 de diciembre de 2010)

2 comentarios:

  1. Comparto tu sensación. Hoy hemos visto a un muy buen Valencia por más que no se haya movido el marcador. Ahora, tembién hay que decir que el Villarreal ha sido una sombra de sí mismos, irreconocibles.

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  2. La copa está para disfrutar de buenos partidos que quizás en liga no puedas. A mi es una competición que me gusta mucho. Siempre recordaré la del 99 con Piojo y Mendieta. A ver si este año toca otra.

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