lunes, 13 de diciembre de 2010

El chute de Nica

Siento una especial fascinación por los espectáculos que se montan en los descansos de los partidos que se disputan en Mestalla. De hecho, me gustaría conocer al tipo que se inventa juegos tan marcianos, con la excusa de así divertir al respetable, de la misma manera que siempre he querido conocer al tipo que trabajaba dibujando pollas en el lugar donde había un vacío en los antiguos hentai japoneses. A lo largo de mi vida, he visto en Mestalla sorteos de coches, tipos gordos con chándal tirando penaltis a una portería con plástico agujereado, tipos más gordos con el mismo chándal lanzando faltas con una barrera de monigotes, demostraciones de rodeo y hasta concursos para ver si un señor canijo metía un gol desde medio campo. Esta colección de horrores en el intermedio ha culminado hoy con un show benéfico en el que han cantado tres triunfitos a los que no conocía ninguno de los espectadores más próximos a mi localidad. Un sosías de Fernandisco ha explicado que éramos unos privilegiados porque podíamos contribuir a no sé qué causa benéfica y nos ha dejado con esos tres sucedáneos de cantantes para que nos dieramos cuenta de que los privilegiados eran los que cantaban: jamás soñaron con entonar (perdón por el eufemismo) ante tanta audiencia. Aunque la audiencia estuviera formada por 35.000 personas más pendientes de su bocata que de escucharlos.

Fue el primer signo de que el horror estaba cerca. Lo que siguió después fue tan horrendo como los triunfitos desafinando. Tras una primera parte sorprendentemente plácida, en la que el Valencia ejerció de equipo grande y puso al descubierto los cientos de carencias de Osasuna, el público se las prometía felices. Esperaba el descanso para comerse su bocadillo, beberse la cerveza que había introducido en el campo burlando los controles de seguridad y escuchar como banda sonora a los músicos de turno encabezados por el incombustible Nica Agustina. Puro en ristre, abrigo largo y cara de jefe de comparsa mora venido a menos, Nica es lo que espera ver la afición en el descanso, no tres niñatos cantando como los borrachos que cruzan Valencia buscando el horno de la calle Sueca.

Y, claro, cuando la gente se ha puesto chunga, cuando Osasuna parecía el Manchester United y el Valencia, el Bursaport, la grada ha empezado a ponerse nerviosa. Pocas cosas hay tan temibles como la afición de Mestalla nerviosa. Sin su dosis de Agustina, el tradicional salto entre "Ja tenim equip" y "Mira que són roïns" se multiplica en el tiempo con la misma velocidad con la que disminuyen las fuerzas del equipo. El resultado suele ser que, si ya estamos justitos como para aguantar lo que se nos viene encima, las uñas de la grada disparan exponencialmente la capacidad para cagarla de los jugadores. Soldado pasa de ser un militar ejemplar a un limpialetrinas sin rango, Stankevicius deja de ser un tanque para convertirse en Sid Vicius y César, quien tantas veces ha sido madre en quien refugiarse, se convierte en abuela a la que hay que mandar al asilo con urgencia.

Sin el chute de Nica, Mestalla se pone nerviosa y pasa lo que pasa: el campo se transforma en una película de Almodóvar cuando todos habían sacado entradas para ver una de Leslie Nielsen, Y encima, en los títulos de crédito de esa película, cantan tres triunfitos.

Valencia, 3 - Osasuna, 3 (Mestalla, 13 de diciembre de 2010)

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