lunes, 7 de diciembre de 2009

Athletic, 1; Valencia, 2

Sigo en Tánger, una ciudad de contrastes, no sólo por su situación geográfica, puente entre África y Europa, sino por su diversidad cultural y demográfica y esa extraña mezcla de rasgos musulmanes, judíos y cristianos que la hacen única. Tan única que, en los últimos días, he vivido aventuras extraordinarias.
He visitado un bar que ejemplifica, con precisión quirúrgica, los deseos de la población masculina mundial, aunque fuera en su versión más chusca. Estaba decorado como una estación de metro americano, con la particularidad de que los posters que decoraban el local eran los mismos que podías encontrar, hace 30 años, en España en cualquier tienda de productos de cine: uno de Chaplin en "El chico" y otro de Humphrey Bogart con gabardina en plan "Tener y no tener". Lo mejor no era eso. En el escenario principal había una enorme pantalla de televisión que ofrecía fútbol sin parar (cuando fui yo, era un absurdo partido de la Europa League -si absurdo y Europa League no fueran una redundancia- entre un equipo checo de tercera fila y uno alemán de segunda), mientras, delante del televisor de plasma gigante, un grupo musical interpretaba canciones folclóricas sin descanso. El grupo musical, que despertaba el entusiasmo del público asistente, en su mayoría marroquí, estaba formado por un teclista con aspecto de haberse comido todo el cuscús de su casa, un violinista famélico que tenía la rara habilidad de tocar su instrumento mientras fumaba y un cantante que era un cruce entre King África y Eminem, pero con rasgos árabes. Entre otras maravillosas piezas de su repertorio, nos brindaron una versión de "Porompompero" de Manolo Escobar cuya letra tenía muy poco que ver con la que hizo popular quien hizo famosas canciones como "Mi carro" y "Almería". Sin embargo, el éxito que cosechaba tan heterodoxa formación musical se hizo patente en que las diez o doce mujeres del local, todas ellas con aspecto de prostitutas en edad de jubilación, bailaron animadamente y con arriesgados contoneos cada uno de los hits que entonaba el rapero con colesterol que amenizaba la noche.
No ha sido la única aventura irracional que he vivido en mi estancia en Tánger. He viajado en limusina, he fumado kifi en pipa, he probado platos de cocina increíbles y he conocido una gente hospitalaria y generosa que me ha hecho sentirme como en casa. Pero todo desde una perspectiva extraña, desde ese quiebro a la cotidianeidad que sólo se produce cuando estás fuera de tu hábitat natural.
Tan extrañas han sido las experiencias que he vivido como el partido que vi anoche. En ese canal árabe en el que Paco Buyo ejerce como comentarista sin tener ni idea de la lengua autóctona. Y, como no podía ser de otra manera, fue un partido extraño, lleno de idas y vueltas, en el que un francés que no habla ni papa de español (como Buyo de árabe) marcó el gol decisivo, en el que un equipo con un jugador menos, a base de garra, nos puso contra las cuerdas en el momento en que David Navarro rescató su vena macarra dentro del área y confundió a Burdisso con un chaval imberbe que demostró mucho más oficio que la mayoría de los delanteros que ha tenido el Athletic en años. Y en el que, en fin, la victoria nos sirvió para erigirnos en alternativa a los grandes, según rezan los diarios madrileños que he podido consultar en la web. Al menos hasta la semana que viene, pues, si ganamos entonces, pasaremos a ser "serios candidatos" al título, por encima de un Madrid que llegará a Mestalla sin sus dos fichajes más caros y con el Chori Albiol como principal novedad respecto a sus últimas visitas. Esperemos que, para no traicionar la costumbre, Albiol se caiga en Mestalla en el momento menos oportuno.

Para entonces, espero contaros el partido como toca y no daros la barrila con tanta historia que no tiene nada que ver con el fútbol.

1 comentario:

  1. jijijiji has asistido a un cónnclave de apuestas ilegales de partidos de la Europa Leegue y no te has dado cuenta :P:P:P:P

    ResponderEliminar