jueves, 3 de diciembre de 2009

Valencia, 3; Lille, 1

He visto tres segundos de partido. Los que han ido desde el pase de Banega al centro de Mata en la jugada del primer gol. Nada más. He tenido que intuir que Miku, en el segundo palo, había rematado para inaugurar el marcador porque la siguiente imagen que he visto, ya congelada, en mi ordenador ha sido la de unos cuantos jugadores del Valencia arremolinados felicitándose entre sí. Ahí ha terminado mi visión del Valencia-Lille. Todo tiene una explicación. Estoy en Tánger, trabajando en el festival “Tánger crea”, y la sala de prensa que hemos tenido que improvisar hoy era la cafetería del Cinéma Rif, la sala que sirve de cinemateca tangerina, en la que hay internet gratis para todo aquel que lleve su portátil. Sin embargo, hay tal volumen de gente pasando la tarde con un mísero té y enganchada a su notebook que los 36 megas de banda ancha que promete mi ordenador proporcionarme se convierten en algunos kilobytes que, casi por compasión, me permiten descargar algunas páginas. Con esa lentitud, he trabajado toda la tarde y, a las ocho (una hora más en Mestalla), he recordado que jugaba el Valencia. En un principio he pensado que era inútil conectarme a una página como “rojadirecta” para ver el partido en streaming, comentado en polaco o cantonés, y he optado por la información inmediata que ofrece un diario deportivo español que tiene a un tipo siguiendo a Cristiano Ronaldo y otro a Laporta durante las 24 horas del día. Pero, cuando he comprobado que, en dicha página, daban dos alineaciones distintas del Valencia (una con Zigic, otra sin Zigic), según la banda que miraras, he empezado a mosquearme. Como en ese momento he empezado a oler el inconfundible aroma de un porro de costo marroquí, algo que los entendidos en el fumeteo valorarán en su justa medida, me he hecho el valiente y he dicho: “en rojadirecta seguro que juega Zigic”. De modo que me he conectado al streaming y la primera imagen que ha aparecido en movimiento ha sido la que he relatado antes, de tres segundos de duración. Así que he vuelto a la apasionante narración literaria que duda entre metaforizar a Zigic o convertirlo en retruécano.
Ha sido por muy poco tiempo, ya que nos íbamos a cenar. Pero el suficiente para ir a zamparme unos espaguettis de “nouvelle cuisine” con la certeza de que, con Zigic o sin Zigic, íbamos ganando.
Al acabar la cena, después de haber seguido oliendo el maravilloso aroma de la resina autóctona, he llegado al hotel, donde me he encontrado una notable sorpresa: en un canal que emite para todos los países en lengua árabe estaban dando el Xerez-Barcelona. La sorpresa no es esta, ya que, en los últimos años, he tenido la oportunidad de ver la liga española en países como Vietnam, Argentina, Rumanía o Noruega. La sorpresa es que el tipo que comentaba desde el estudio el partido, en plan experto de esos que sólo suelta obviedades, era Paco Buyo, aquel portero del Real Madrid con cara de portero, pero de puticlub, al que recuerdo con particular cariño por servir como ejemplo para una gloriosa frase de Di Stéfano, dirigida a un portero novel, en un entrenamiento con el Valencia: “Las que vayan dentro, intente pararlas; las que vayan fuera, déjelas, no se las meta dentro”. Buyo ilustró esa máxima en Tenerife hace muchos años para regalarle una liga al Barça. Quizá por eso lo han cogido como comentarista de los partidos del Barcelona, aunque no sepa ni papa de árabe y tengan que traducir simultáneamente todo lo que dice. El caso es que, mientras veía el apasionante duelo entre el colista y el líder, he buscado el resumen del partido por todas las cadenas. Pero sólo he encontrado telenovelas, rezos musulmanes, películas desérticas y debates en francés. Hasta que he llegado a Televisión Española Internacional y, pese a que estaban dando un programa de presos comunes, he puesto el teletexto para saber que habíamos ganado por tres a uno, que Joaquín había metido dos goles (ya me extrañaba a mí que Miku hubiera hecho una vaselina en el primero) y que Mata sentenció en la segunda parte. Lo que me huele a sufrimiento, nervios y caras de “ja estem una altra vegada” en Mestalla. O quizás no fue así y es el aroma a costo que se me ha instalado en la pituitaria y me hace alucinar, como siempre, en negativo.

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