domingo, 13 de diciembre de 2009

Valencia, 2; Real Madrid, 3

Desde hace más de 40 años, hay un partido al año que odio: el que jugamos en Mestalla contra el Real Madrid. No porque nos ganen, cosa que sucede con mayor frecuencia de la que desearía, ni porque el público valencianista, tan ciclotímico, lo viva de manera exagerada. Lo odio porque, durante muchos años, he vivido en él la pesadilla del seguidor clandestino. Acudes a Mestalla, te sientas en tu localidad y compruebas que, a tu lado, hay un tipo que no has visto nunca. Piensas "será uno de esos mendas que son capaces de gastarse 100 euros al año para ver sólo un partido de fútbol y el resto de la temporada lo ven en su casa, algo que no impide que, en sus conversaciones de bar, dé el pego de que va al fútbol hasta los días que hay Europa League". Hablas con él y te parece un tío simpático. Protestas cuando hay una falta a favor del Valencia que no ha visto el árbitro y te da la razón. Pero, cuando marca el Madrid, el tipo sale de su clandestinidad y se dedica a dar botes y jalear a los suyos. Se te queda cara de gilipollas, más por el engaño al que has sido sometido que porque el Madrid nos vaya ganando.
Esta pesadilla, tal cual la relato, me sucedía cíclicamente cada año en Mestalla el día del Madrid. Siempre con un tipo diferente, pero yo, que en el fondo soy buena gente, al año siguiente siempre pensaba aquello de "será uno de esos mendas capaz de gastarse 100 euros, bla, bla, bla" Hasta comienzos de esta década. Entonces, cuando el valencianismo puso en práctica esa fanfarronería tan arraigada en la sociedad autóctona de creerse más de lo que en realidad era (un comportamiento que siempre ha ido ligado a la presencia de argentinos en el equipo), el seguidor clandestino desapareció por arte de magia. Creo que la última vez que lo vi, en sus diferentes variantes, fue en aquella memorable semifinal de copa en la que les metimos seis goles. Aquel día, por cierto, descubrí que se había mutado en hooligan clandestino cuando contemplé cómo varios reputados periodistas deportivos de la ciudad empezaban a hacer cortes de manga a sus colegas madrileños con cada gol del Valencia. Desde aquella mutación, el seguidor clandestino fue historia.
No he leído todavía el libro que acaba de publicar Paco Lloret sobre la rivalidad entre los dos equipos que ayer se vieron las caras en Mestalla. Pero sería un error imperdonable que, en sus páginas, no apareciera una figura básica para entender el antimadridismo de esta afición. El secreto de que el Madrid sea el nuevo supervillano del cómic valencianista no es que sus futbolistas nos caigan mal, ni que el Marca nos esté dando el coñazo todos los días con ellos. El valencianismo odia al Madrid por culpa del seguidor clandestino que muchos han tenido a su lado durante décadas. Es curioso, porque el Barcelona ha hecho muchos más méritos para convertirse en nuestro Darth Vader particular: es un equipo tan quejica como nosotros, nos ha quitado futbolistas con mayor impunidad que el Madrid y nos considera tan inferiores como nos consideran los blancos. Pero el Barça nunca ha tenido seguidor clandestino. Si el día del Barça se sentaba a tu lado un tipo que no conocías, sabías que era del Barcelona. Iba equipado con parafernalia barcelonista, gritaba cuando consideraba que el árbitro se equivocaba contra el Barça, hablaba catalán y se la soplaba la polémica que desde el club se quiso crear contra el catalanismo en general. No te engañaba y eso era de agradecer.

Ayer vi el partido sin un seguidor clandestino al lado. Y primero pensé que igual el seguidor clandestino lo teníamos en el banquillo, porque sólo así se explicaría que no se diera cuenta de que no se puede ganar un partido con un mediocentro defensivo haciendo de mediapunta, por mucho que los de arriba tengan dinamita en sus botas. En todo caso, a los seguidores no clandestinos que tenía al lado, esa apreciación táctica se la traía bien floja. El peor partido del Valencia en toda la temporada y ninguna reprobación a los absurdos monólogos de Banega, a los desesperados intentos de Marchena porque el árbitro le dejara el pito y se marchara a ver el partido por la tele o los centros de Bruno con imán hacia las piernas madridistas. Nadie vio que el Madrid, sin hacer nada del otro mundo, jugó cuando y como quiso, manejó el partido a su antojo y marcó goles cuando tuvo ganas. Quizás, pienso ahora, es que esos seguidores no clandestinos no eran tales, sino verdaderos seguidores clandestinos que, tras su transformación en hooligans clandestinos, han perfeccionado su mutación hasta convertirse en zombies clandestinos. Y eso significaría no sólo que mi pesadilla no se acabó hace años, sino que continúa con tintes de película de terror. de esas que dan muy mal rollo.

2 comentarios:

  1. y encima al acabar el partido si te descuidas te dice que no pasa nada que el Valencia podría haber ganado... eso si que acaba por tocar los güebos del todo

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  2. Excelente reflexión, Paco.
    En mi sector (7 descubierto) han anidado muchos seguidores clandestinos. Cuando los ves llegar intuyes que el partido ya no será normal, que falla algo, que espera una noche extraña, que todo empieza torcido por el simple hecho de que tu entorno no es el de siempre. Luego marca el Madrid (o el Barça) y ves en directo y en las repes de la tele el estallido de júbilo de pequeños grupos de 4 ó 6 personas detrás de la portería...
    Viendo como se ha desarrollado la semana, temía un partido como el de anoche. Tanto aire de "final"y sacar pecho que acabamos siendo un equipo irreconocible y agobiado por la ansiedad.

    V. Chilet

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