lunes, 22 de febrero de 2010

Valencia, 2; Getafe, 1

Dicen que el fuerte viento afecta de tal manera a quienes lo padecen que acaba por producirles transtornos en la personalidad. Alguien me contó hace tiempo que en lugares como la isla de Menorca el índice de suicidios es muy superior al que existe en el resto de España y que la única explicación que han encontrado aquellos que lo intentan explicar todo, como si fueran una película comercial americana, es que en la bella isla balear sopla la tramuntana con mucha fuerza durante todo el año. También hay estudiosos que defienden que la locura de Don Quijote se debió, además del empacho de libros de caballería que alega Cervantes para justificar el comportamiento de su antihéroe, al viento que sopla en las llanuras manchegas, una teoría que, sin embargo, me parece un poco traida de los pelos: si así fuera, Dulcinea, Sancho, el Bachiller Sansón Carrasco y todos los que forman el universo cervantino tendrían que estar tan idos como el ridículo caballero andante del siglo de Oro español.
El caso es que ayer fue uno de esos días ventosos que tanto han proliferado en Valencia en los últimos tiempos, lo que explicaría que cada vez haya más transtornados en estas tierras. En medio de una ventolera fenomenal jugaron Valencia y Getafe un partido tan atípico como el día señalado para disputarse: un lunes. No me voy a poner pesado con el tema de la antinaturalidad de jugar a las seis de la tarde de un sábado o a las nueve de la noche de un lunes, pues hablé de ello hace una semana, pero parece que mi oposición a los lunes ha calado fondo hasta en los transtornados: los Yomus exhibieron una pancarta en la que protestaban por que el partido se jugara un lunes. No sé si me preocupa más que jueguen un lunes o que los Yomus lean este blog.
El viento de Mestalla no pareció transtornar demasiado ni a los jugadores ni a los entrenadores. De hecho, Emery tuvo un arrebato de cordura y alineó un once más o menos lógico, en el que incluso se permitió dar descanso a Mata, muy espeso desde que le pesa en las piernas la acumulación de minutos. Michel, por su parte, no sacó a su hijo, lo que demuestra que le tiró más la cabeza que el corazón. Pero hubo alguien a quien le afectó de verdad el viento. Y la mala suerte es que fue al tipo que tenía que juzgar lo que ocurría sobre el campo. Al árbitro, un tipo llamado Paradas (nada que ver con "Cine de barrio"), le debió de afectar el vendaval porque convirtió un encuentro plácido, con dos equipos que intentaban dedicarse a jugar al fútbol con criterio, en un festival del humor. Su locura comenzó cuando expulsó a Alexis, que unos minutos antes parecía haberse roto la rodilla pero que siguió en el campo para incredulidad general, por no hacer una falta. El público, que hasta entonces había disfrutado de una noche plácida, como suele ocurrir los lunes por la noche, comenzó de repente a sentir también los efectos del viento y veía agresiones en cada jugada del Getafe. Eso exasperó todavía más al Paradas ese y el árbitro Quijote comenzó a ver gigantes donde sólo había molinos.
El festival del humor siguió entre las gradas y el campo cuando la gente se dio cuenta de que, con apretar un poco al árbitro y la inestimable colaboración de los siempre camorristas Albelda y Marchena, el Quijote malagueño sacaría una tarjeta por cada falta que hiciera el Getafe. Y eligió, como culpable de la expulsión de Alexis, a Pedro León, un interior del Getafe de peinado anacrónico y buen disparo con la derecha. El árbitro no lo expulsó porque León se pasó el último cuarto de hora recluido en la banda contraria a la que debería jugar, no fuera que por un recadito de Miguel acabara haciéndole compañía a Alexis.
Al festival del humor contribuyó también la buena memoria del público, que le recordó a Michel aquella época en la que le gustaba tocarle los huevos a un colombiano a la espera de un lanzamiento de córner. Y Silva que, en esta ocasión no optó por autoexpulsarse, como hizo en Brujas, sino por convertirse en el delantero fallón del año.

Pero algo tuvo ayer el Valencia que no perdió o empató un partido que, no hace mucho, se le habría escapado sin remedio. Y ese algo lo encontré en el centro del campo. Albelda y Banega se cargaron el equipo a sus espaldas, después de haber sesteado cuando el Valencia no los necesitó, y aguantaron a un Getafe al que le habría venido mejor que el árbitro no se hubiera vuelto loco. Al final acabó perdiendo igual y con un capazo de tarjetas imposibles.
El fútbol es más atractivo cuando pierde la cordura. Y la locura del árbitro y la grada convirtió un encuentro más soso que un lunes por la noche en un despropósito mental de ocasiones por ambos bandos, adrenalina y espuma en la boca. Mucho más divertido que CSI o la repetición de Sálvame.

2 comentarios:

  1. Me acabas de dejar intrigado... voy a ver si se ha publicado algo sobre las rachas de viento huracanado, de cejas para arriba, en los futbolistas...

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  2. No estoy muy de acuerdo en el análisis, Banega y Marchena entraron más en juego cuando el Geta se vino arriba, antes de eso, Banega hizo poco, demasiado metido atrás, y Albelda hizo estuvo jugando a pasador y playmaker, fracasando calamitosamente como era de esperar y de hecho esperaba Michel.

    De acuerdo en todo lo demás.

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