sábado, 6 de febrero de 2010

Valencia, 2; Valladolid, 0

Cuando mi padre murió, hace ahora siete años y medio, no derramé ninguna lágrima por su pérdida. No porque no lo quisiera, más bien todo lo contrario, sino porque, como medida profiláctica, me había mentalizado desde algunos años atrás de que, algún día, iba a llegar tan triste momento. Es ley de vida, pensé, y pude mantener mi entereza ante una familia destrozada. Días después del fallecimiento de mi padre, cuando mi madre y mis hermanos se habían recuperado del golpe, al menos en apariencia, lloré sin consuelo en mi cama, con mi novia como único testigo, por la pérdida de la persona que más me había enseñado cómo era la vida. Aquel llanto, eterno e incontrolado, fue un estallido de toda la tensión acumulada durante los diez días en que mi padre estuvo en coma y mantuve mi expresión inalterable, que salió de golpe, por espacio de media hora. Mi padre fue la persona que me enseñó a amar el cine, cuando yo apenas había cumplido catorce años y me llevaba a ver películas de Eisenstein, Herzog o Fassbinder. Pero, sobre todo, fue la persona que me enseñó a amar el fútbol. Durante 35 años fui con él a Mestalla y con él viví alegrías y penas, fortunas y desgracias, títulos y descensos. Con él en el fútbol aprendí que la vida era eso: un día te sonríe y al siguiente todo sale mal. Que ser de un equipo de fútbol como el Valencia es la mayor metáfora del sentido de la vida.
No he vuelto a llorar su pérdida, pero me acuerdo mucho de él. Hay un momento en el que su ausencia provoca un vacío terrible en mi interior: cuando voy solo al fútbol. El pase de mi padre en las sillas gol sur lo heredó mi hermano y, durante años, lo compartió, de manera algo pasional, con uno de mis mejores amigos. Pero nunca encontré, ni en mi hermano ni en mi amigo, la pasión que transmitía mi padre cuando yo lo acompañaba al fútbol. A mi padre le encantaba el fútbol y le daba igual que el rival fuera el Real Madrid o el Mirandés, quería ir a Mestalla aunque el partido fuera de esos en los que el contrario da tanta pena que hasta agradeces que los jugadores el Valencia hagan el idiota en vez de hacer sangre del pobre. En estos últimos siete años y medio, no sólo he ido al fútbol con mi hermano y con mi íntimo amigo, sino que también lo he hecho con colegas, cuñados, sobrinos o conocidos. En ninguno de esos casos, he encontrado el espíritu futbolero que rezumaba mi padre. Este año, mi hermano se ha quedado el pase en propiedad y, por culpa de sus múltiples ocupaciones familiares y laborales, he ido a Mestalla solo muchas más veces que acompañado. Es entonces cuando más he echado de menos a mi padre.
Ayer, para no variar, fui solo a Mestalla y mi padre estuvo muy presente en mi memoria. Él habría disfrutado ayer mucho, porque fue de esos partidos que reafirman la locura de ser valencianista. Era, en teoría, un partido importante, en el que el Valencia se jugaba su supremacía en la liga de los otros, la que no se juega el título ni aparece en las secciones de deportes de los telediarios de ls cadenas nacionales. Ser cabeza de ratón, el mejor entre el proletariado del fútbol español. Venía el Valladolid, un equipo que siempre ha sido incómodo y gafe para el Valencia, que, además, estrenaba entrenador: un tipo al que recuerdo gordito en su época de futbolista y encuentro obeso en su etapa como entrenador. Pero el Valencia lo ha resuelto con una tranquilidad impropia de sus galones. Ha jugado cómo y cuando ha querido y, si no ha marcado más goles, es porque no tenía ganas. Un partido de esos placenteros, que tanto le gustaban a mi padre, porque sabía que era una especie de oasis en esa condición sufridora de ser valencianista.
Ojalá queden muchos partidos en esta temporada como el de ayer. A mi padre le habrían gustado y, aunque con pena, me gustará a mí recordarlo. Solo o en compañía de otros.

8 comentarios:

  1. Tengo pocas oportunidades de acudir a Mestalla y ayer fue una de ellas. La sensación que tuve al entrar al campo fue la misma que tuve de niño la primera vez que pisé el entonces llamado Luis Casanova. Recordé lo bello y lo sublime que resulta contemplar el césped (eso sí, hoy más maltrecho que entonces) vacío de jugadores en los momentos previos al encuentro. Recordé algunas veces que iba a ver el Valencia con mi padre: contra el Sestao, en segunda; contra la Real de Arconada, ya en primera. Más adelante, pude disfrutar (y sufrir) grandes partidos gracias a un pase en las sillas gol que mi tío abuelo me dejaba porque, ya mayor, él prefería ver desde casa los partidos televisados, que solían ser los de más enjundia (Barça o Madrid) y los que menos se ganaban, pese a estar casi siempre muy bien jugados por parte del Valencia C.F..

    -Hemos jugado como nunca y perdido como siempre- espetaba un desconocido, al final de un 3-4 contra el Barça, desde un asiento colindante. Algo que, sobre todo con Hiddink, escucharía más veces. Hasta que llegó Ranieri, Cuper y Benitez, el equipo se hizo más rocoso y la cosa se empezó a invertir.

    Pero durante el plácido partido de ayer me acordé, además, de este blog, que nos habla de fútbol pero también del significado que tiene ir a ver el fútbol. Para mi regocijo personal esto es precisamente lo que me he encontrado al leer esta crónica.

    Gracias Paco por este post.

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  2. Nunca hubiese imaginado que un partido con el Chincheta Onésimo y Del Forn como protas, fuera a tener una "crónica" tan emocionante, jojo...

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  3. gran cronica.
    yo voy al futbol con mi madre y fue ella la que me inculcó el "sentiment".
    ayer tuve la suerte de poder llevar a mi hijo y difrutar de ver el futbol con los ojos de un niño de 4 años.

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  4. Magnífica contra y, como dice Molins, muy emocionante. Me he visto reflejado en cada línea. Mi padre también fue el que me llevó por primera vez a Mestalla (y a ver un partido de balonmano).

    Enhorabuena y gracias.

    Un abrazo

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  5. Un post maravilloso, Paco. Sin palabras. Creo que es normal que todas las sensaciones que despertaba en ti cada domingo futbolero con tu padre de compañero de butaca, no se repitan con ningún otro acompañante. Porque todas esas enseñanzas y recuerdos, en su ausencia, ya han pasado a ser parte de ti. En tu manera de entender el fútbol, de vivir la militancia, de transmitir esa esencia en post tan intensos como este. Eso nunca se borra. Un abrazo
    V. Chilet

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  6. Gracias a todos por compartir esa educación sentimental.

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  7. Gran entrada Paco, como de costumbre.

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