lunes, 15 de marzo de 2010

Burro

Hay una teoría que afirma que al fútbol el espectador va a desahogarse, a descargar la adrenalina que durante la semana acumula en el trabajo o en su convivencia diaria con la familia. El fútbol, para quienes defienden esa tesis, sería una catarsis dominical, un foro en el que está permitido meterse con todos los que pisan el terreno de juego y en el que el grito de júbilo está a la misma altura que el insulto indiscriminado: es una forma de liberar tensiones, sea por medio de la alegría, sea por medio del improperio.
El principal objeto de los insultos de los aficionados es el árbitro del partido. Quizás por su carácter de intruso, ya que es el único de los que actúan en un partido, al menos en teoría, que no tiene ni la más remota idea de jugar al fútbol, viste de manera diferente a la del resto de actores y está destinado a impartir justicia, aunque en ocasiones no lo parezca. O quizás porque el árbitro encarna, desde un punto de vista psicológico, al poder; es la representación en un campo de fútbol de ese jefe inútil que todos hemos tenido alguna vez en la vida y cuya única cualidad conocida es mandar, aunque no tenga la más mínima noción de lo que se trae entre manos. El árbitro es como el hijo del dueño de la empresa, que sabes que está al frente de la compañía por méritos que no ha contraído, pero que ejerce de mandamás con absoluta torpeza para desesperación de sus subordinados.

Al árbitro, en casi todos los campos del mundo, se le insulta con escasa imaginación. Las palabras que pretenden herirlo, cuando toma una decisión que el público cree equivocada, no difieren mucho de las que se utilizan en la vida diaria para descalificar a alguien que, por ejemplo, ha cometido una infracción de tráfico que ha puesto en peligro la seguridad de otro: “hijo de puta”, “cabrón” u otros epítetos similares sirven igual para un roto automovilístico que para un descosido futbolístico.
Sin embargo, Mestalla tiene una característica que lo hace singular al resto de estadios del mundo. Quienes, semana tras semana, llenan sus gradas, han aprendido una tradición que se transmite, de forma inconsciente, de generación en generación. En Mestalla, al árbitro no se le insulta con las ofensivas palabras que se emplean para calificar (o descalificar) a un semejante en la vida diaria. En Mestalla, cuando un árbitro lo hace mal, se le llama “burro”.
Llamar “burro” al colegiado de turno es una forma de recordarle que, en el fondo, es un intruso, que está ahí como espectador privilegiado de unos tipos que se ganan la vida despertando las pasiones del público y que sus habilidades no tienen nada que ver con las que exhiben aquellos que, como él, pisan el terreno de juego. “Burro” parece un insulto amable, quizás porque nuestro subconsciente lo asimila a improperios menores, menos graves que los tradicionales “hijo de puta” o “cabrón”, ambos dotados de un componente sexual, pero no lo es. Es un insulto intelectual, es una forma de decirle al árbitro que su mente no está a la altura de lo que se cocina en el terreno de juego, que deje de empeñarse en fastidiar el espectáculo como si fuera la autoridad gubernativa en una dictadura.

Descifrar el origen de este insulto valencianista es muy complejo. Nadie que yo conozca sabe a ciencia cierta cuándo el público de Mestalla se animó por primera vez a equiparar un árbitro con los solípedos. Parece una tradición heredada que se transmite de forma oral de padres a hijos sin explicación alguna. Incluso en los partidos internacionales, cuando pita un árbitro extranjero, la costumbre empuja al aficionado valencianista a tildar al árbitro de “burro” cuando encadena errores, sin pensar que la única traducción posible del término la encontraría el dicho colegiado en las cartas de los restaurantes italianos que tanto proliferan por Europa. En ellas, “burro” es “mantequilla” y, de momento, denominar a alguien con el derivado de la leche no es una ofensa.

(Publicado en Cartelera Turia el 12-3-10)

3 comentarios:

  1. El "burro" es uno de tus lugares comunes, jejeje.

    Como siempre, divertido y punzante artículo. Un abrazo

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  2. A mi lo de "burro" siempre me ha parecido un poco moñas y raramente lo canto. Está claro que los árbitros se equivocan como cualquiera, pero cuando uno te pita todas las faltas en contra y no a favor, o amonesta a los tuyos y no lo hace con los rivales, o cosas peores, me parece que es mucho más malintencionado que otra cosa. Y en esas ocasiones lo de "burro" se queda muy corto, tanto que a veces me da la impresión de que el árbitro de turno se sonríe como lo haría Patán, el malintencionado perro de Pierre Nodoyuna.

    A mi, la verdad, el hijoputa de toda la vida me parece mucho más acertado en general :-DDD

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  3. Burro en griego se llama "gaiduri", los griegos lo utilizan con la misma acepción menospreciativa que nosotros, lo utilizan en todos los ámbitos de la vida excepto, curiosamente, en los campos de fútbol.

    En los estadios griegos es "malaca" el cántico universal, que literalmente se traduce como gilipollas pero su sentido figurado es el de cabrón.

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