jueves, 25 de marzo de 2010

Valencia, 1; Málaga, 0

Los norteamericanos, un pueblo que es capaz de convertir unas elecciones presidenciales en un espectáculo circense, son los inventores del entretenimiento en los eventos deportivos. Para ellos, exentos de la pasión con la que se vive el deporte en otras partes del mundo, un partido de baloncesto, de fútbol americano o de béisbol es como una película de Hollywood o la persecución por parte de la policía de un ladrón. Hace unos meses estuve en Nueva York y asistí a un partido de los Knicks. Os puedo garantizar que era mucho más divertido lo que sucedía cuando el juego se paraba que cuando los Knicks y los Warriors intentaban ganar un partido de la temporada regular.
En Europa, como somos muy copiones de las modas yanquis, hemos intentado trasladar esas costumbres a los partidos de fútbol. Pero como que no. Aquí no hay cheerleaders sino concursos absurdos en los cuales los espectadores pueden ganar algo de pasta. Siempre me han fascinado los pasatiempos que se celebran en Mestalla en los descansos, cuando la banda de música de turno sale a tocar "Paquito el chocolatero" por el césped. El más reciente es alucinante. Se trata de que un tipo elegido no sé muy bien de qué manera chuta varios penaltis a una portería cubierta por un plástico con agujeros. El concursante debe meterla en el agujero, una práctica a la que hay mucha afición en Valencia, pero con una pelota. Si lo logra, marca un gol y, según el número de aciertos, gana más o menos dinero. Un dinero que, en forma de cheque gigante de mentiras, le entrega una azafata del patrocinador.
Ayer, en ese chusquero espectáculo del intermedio, el público de Mestalla abucheó al concursante, algo inaudito porque lo habitual es abuchear al árbitro, al equipo contrario o, en ocasiones, al propio. Pero es que el tío, que desde mi posición parecía ir un poco tajado, no metió ni una. Y si hay algo que no se perdona en Valencia es no meterla. Sin embargo, al beodo lanzador de penaltis a la portería con preservativo defectuoso los improperios del público le resbalaban más que las piedras del curling sobre el hielo. El tío había tenido sus diez minutos de gloria, aunque esa gloria fuera penosa. Pagaría lo que fuera por ver al tipo con resaca intentando cobrar el cheque gigante, por valor de 150 euros (lo que dan sólo por participar), en una sucursal bancaria donde algún eficiente empleado lo reconociera. Se lo abona en monedas de céntimo.
Parte de la culpa de que al tipo con poca puntería con el balón pero mucha con la botella lo pusiera a caldo la afición la tuvo el Valencia, que ayer jugó, bajo mi modesto punto de vista, uno de los mejores partidos de la temporada. Siempre quiso tener el balón y jugarlo, tuvo paciencia en la elaboración y sólo le faltó lo que tantas tardes y tantas noches ha sido su tabla de salvación: la puntería. Hay un dato que siempre me ha servido para discernir, de manera distanciada, si un partido que el Valencia gana por la mínima ante un equipo apañadito ha sido bueno o malo: intentar elegir cuál ha sido la figura del partido y darte cuenta de que lo han sido todos o casi todos. Puede que a Maduro, Dealbert y César se les acuse de cebarse en arriesgar con pasecitos a pocos metros de la línea de gol, pero los tres futbolistas menos dotados del equipo para jugar el balón fueron fieles a la filosofía del Valencia. Algo de culpa debe de tener Emery en esa apuesta.
Y, claro, a un equipo que intenta jugar al fútbol con esa razón de ser no se le puede abuchear. Sobre todo porque esa visión del mundo ha surgido en un momento en que al Valencia se le acumulan las adversidades. Ayer no sólo se lesionó otro defensa, un Miguel que salió tan enchufado que se rompió cuando todavía no había pedido la primera copa, sino que también se lesionó el colegiado de la contienda. Y tuvo que ser sustituido por el cuarto árbitro, ese personaje que sirve para molestar a los entrenadores, enseñar los cartelitos con los cambios y ver cómo Marchena la toca con la mano. Un cuarto árbitro que, dado su escaso oficio, se convirtió en el blanco del nerviosismo acumulado por la grada, en un gesto muy típico de Mestalla: cuando el equipo sufre, el juez suele ser el catalizador del miedo. Y con este, ya van dos partidos del Valencia en losl que han arbitrado árbitros suplentes. Para los que os hayáis perdido, el del Calderón fue el otro.

1 comentario:

  1. ¿El cuarto árbitro tuvo puntería o le pasó como al tajado del cheque y nuestros delanteros?

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