lunes, 8 de marzo de 2010

Valencia, 0; Racing, 0

Ahora que las comunidades autónomas gobernadas con mano firme, espionaje, trajes gratuitos y campos de golf se han apuntado a la moda de declarar Bienes de Interés Cultural aquellos espectáculos en los que la gente se reúne en un recinto para ver a un grupo de gente realizando una actividad física, no estaría mal que se acordaran del fútbol y lo declararan BIC (no es propaganda de un bolígrafo, sino las iniciales de "Bien de Interés Cultural", así no lo vuelvo a escribir entero). De momento, han apuntado a los toros, pero no descarto que, en un futuro a medio plazo, declararan BIC a la vela, si se tiene en cuenta como recinto las atarazanas del puerto, único lugar posible de contemplación, el automovilismo, que para eso paralizan los poblados marítimos durante un mes al año, o el sano deporte de presentarse cada cuatro años para pedir una Olimpiada en Madrid.
Yo abogo porque el fútbol sea uno de esos BIC antes que las carreras de coches para pijos y las de veleros para pijos náuticos. El fútbol, al fin y al cabo, forma parte del acerbo cultural de un pueblo. Si no, no se entiende que cada vez que el equipo de una localidad gana un título, se salva del descenso y juega la promoción de ascenso la gente se eche a la calle a celebrarlo y el club que lo logra vaya a visitar a la patrona para ofrecerle su hazaña. Esta última práctica siempre me evoca al desaparecido Pepe Rubianes, que protestaba en sus espectáculos por tan absurda costumbre y ponía una comparación demoledora: "¿Acaso voy yo a la Virgen a ofrecerle mis condones cuando follo?". Nadie lleva los condones usados a la Virgen, como llevan sus capotes los toreros a la Madre de Dios tras cada corrida (de toros), de lo que se deduce que, mal que nos pese, follar nunca podrá ser declarado BIC.
No es el único punto a favor del fútbol. El fútbol produce cultura, fenómenos como la literatura que contiene la prensa deportiva, paradigma de la economía del lenguaje porque, en la mayoría de los casos, quienes en ella escriben repiten con extraña obsesión siempre los mismos tópicos. Bien es cierto que, al revés que en los toros, en el fútbol no hay un animal al que putear, pero hay algo que se asemeja mucho: el público que va a los estadios. No estoy llamando animales a los aficionados al fútbol, aunque algunos bien merecerían ser considerados como tales, pero sí que creo que deberían ser declarados especies protegidas, al igual que los humanos hacen con determinadas razas del reino animal.
Mi candidatura a que el aficionado al fútbol sea declarado especie protegida, primer paso para la declaración de BIC, se sustenta en partidos como el de ayer. Sólo una especie protegida, en vías de extinción, es capaz de soportar durante más de noventa minutos un encuentro en el que unos no pueden meter un gol y otros que no saben hacerlo. Con los agravantes de que hacía un frío que helaba los huesos, era lunes y, por tanto, el pasatiempo más interesante no debía ser ir a ver un partido en el que juegan la mayoría de los reservas de tu equipo y el partido lo daba una televisión de pago, un escollo económico que se solventa acudiendo al bar de la esquina. Pese a todos esos inconvenientes, cuarenta millares de personas acudieron a Mestalla a ver nada, un partido que acabó con el resultado de nada a nada. Un partido en el que hemos visto destellos del gran Baraja en un futbolista crepuscular, en el que hemos comprobado que el Chori Domínguez no es un dechado de entrega física, lucha y presión, y en el que se confirma que hay futbolistas listos, que empiezan a darse cuenta de que, si este año ganan algo, lo harán vestidos de rojo y no de blanco.
Lo más triste es que esa manada de la especie protegida que debería ser el aficionado al fútbol todavía pensará que su valentía habrá servido para algo. Que, por ejemplo, Moyà no es tan mal portero como pensábamos, que el chaval del filial que parecía el hijo de Manuel Fernandes ha cumplido con dignidad o que Dealbert juega mejor cuando sus compañeros son de segunda división. En fin, que, al menos, sacamos un punto porque perder ante un equipo que vestía como el payaso de Micolor habría sido el colmo.

6 comentarios:

  1. Oh sí, Joel es el fruto de la unión entre Manolo Fernandes y Amy Winehouse.

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  2. Pues se llama Johnson, igual que la directora de Canal 9.

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  3. Ah vale... y con su primo Johnson acabarán de estrellas publicitarias de jabón para bebés

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  4. Siempre he pensado que, a la larga, los clubes pagarán por que vayamos al fútbol a animar. Cobrar por ver un espectáculo a menudo tan pobre e incómodo empieza a ser un anacronismo.

    Gran entrada Paco.

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  5. Anoche pensaba eso mismo. Y posiblemente eso sea lo mejor que le quede al fútbol. Al menos a mi me alcanza para seguir yendo a Mestalla. Lo que ya no sé es si encontraré motivos para ir un lunes por la noche al nuevo campo. Benicalap un lunes por la noche es algo así como la nochevieja en el bar de Manolo.

    BT

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