
lunes, 29 de marzo de 2010
Zaragoza, 3; Valencia, 0

jueves, 25 de marzo de 2010
Valencia, 1; Málaga, 0


lunes, 22 de marzo de 2010
Valencia, 2; Almería, 0

El resto, como todos los lunes, aquí: http://www.linformatiu.com/nc/opinio/detalle/articulo/invernaderos-humanos/
L'informatiu captura al samaruc
viernes, 19 de marzo de 2010
Werder Bremen, 4; Valencia, 4

El Amigos de Friggs-Amigos de Villa ha acabado con empate a cuatro, un resultado corto para el vendaval de ocasiones que han disfrutado los dos equipos. Los alemanes se han dado cuenta de que el partido no era benéfico cuando ya era demasiado tarde, cuando en el Fraggel, con la llegada de los clientes habituales que habían terminado sus tareas campesinas, han sustituido la narración del partido por parte de Carlos Martínez y Michael Robinson por música heavy. Cuando Ángel ha abandonado su timba porque, en el fondo, estaba perdiendo dinero mientras perdía también parte de su alma, volcada en un Valencia que, pese a que ha marcado cuatro goles fuera de casa, ha sufrido hasta el pitido final.
lunes, 15 de marzo de 2010
Burro
El principal objeto de los insultos de los aficionados es el árbitro del partido. Quizás por su carácter de intruso, ya que es el único de los que actúan en un partido, al menos en teoría, que no tiene ni la más remota idea de jugar al fútbol, viste de manera diferente a la del resto de actores y está destinado a impartir justicia, aunque en ocasiones no lo parezca. O quizás porque el árbitro encarna, desde un punto de vista psicológico, al poder; es la representación en un campo de fútbol de ese jefe inútil que todos hemos tenido alguna vez en la vida y cuya única cualidad conocida es mandar, aunque no tenga la más mínima noción de lo que se trae entre manos. El árbitro es como el hijo del dueño de la empresa, que sabes que está al frente de la compañía por méritos que no ha contraído, pero que ejerce de mandamás con absoluta torpeza para desesperación de sus subordinados.

Al árbitro, en casi todos los campos del mundo, se le insulta con escasa imaginación. Las palabras que pretenden herirlo, cuando toma una decisión que el público cree equivocada, no difieren mucho de las que se utilizan en la vida diaria para descalificar a alguien que, por ejemplo, ha cometido una infracción de tráfico que ha puesto en peligro la seguridad de otro: “hijo de puta”, “cabrón” u otros epítetos similares sirven igual para un roto automovilístico que para un descosido futbolístico.
Sin embargo, Mestalla tiene una característica que lo hace singular al resto de estadios del mundo. Quienes, semana tras semana, llenan sus gradas, han aprendido una tradición que se transmite, de forma inconsciente, de generación en generación. En Mestalla, al árbitro no se le insulta con las ofensivas palabras que se emplean para calificar (o descalificar) a un semejante en la vida diaria. En Mestalla, cuando un árbitro lo hace mal, se le llama “burro”.
Llamar “burro” al colegiado de turno es una forma de recordarle que, en el fondo, es un intruso, que está ahí como espectador privilegiado de unos tipos que se ganan la vida despertando las pasiones del público y que sus habilidades no tienen nada que ver con las que exhiben aquellos que, como él, pisan el terreno de juego. “Burro” parece un insulto amable, quizás porque nuestro subconsciente lo asimila a improperios menores, menos graves que los tradicionales “hijo de puta” o “cabrón”, ambos dotados de un componente sexual, pero no lo es. Es un insulto intelectual, es una forma de decirle al árbitro que su mente no está a la altura de lo que se cocina en el terreno de juego, que deje de empeñarse en fastidiar el espectáculo como si fuera la autoridad gubernativa en una dictadura.

Descifrar el origen de este insulto valencianista es muy complejo. Nadie que yo conozca sabe a ciencia cierta cuándo el público de Mestalla se animó por primera vez a equiparar un árbitro con los solípedos. Parece una tradición heredada que se transmite de forma oral de padres a hijos sin explicación alguna. Incluso en los partidos internacionales, cuando pita un árbitro extranjero, la costumbre empuja al aficionado valencianista a tildar al árbitro de “burro” cuando encadena errores, sin pensar que la única traducción posible del término la encontraría el dicho colegiado en las cartas de los restaurantes italianos que tanto proliferan por Europa. En ellas, “burro” es “mantequilla” y, de momento, denominar a alguien con el derivado de la leche no es una ofensa.
(Publicado en Cartelera Turia el 12-3-10)
domingo, 14 de marzo de 2010
Barcelona, 3; Valencia, 0


Por fin he comenzado a ver el partido en el ordenador con continuidad y, para mi desilusión, he comprobado que el marcador permanecía empatado a cero. O nos habían anulado catorce goles y el vecino petardero no se había dado cuenta o pasaba algo extraño. Entonces he caído. No estaba en Barcelona, viendo el partido por internet en la habitación de mi hotel con vistas a las obras de la Sagrada Família, con más grúas que Benidorm, ni por supuesto en las gradas del coliseo barcelonista, sino en mi casa, rodeado de un ejército enemigo cuya táctica para derrotarme es hacerme creer que en cualquier momento una de esas explosiones derribará parte de mi casa, pero que sólo consigue hacerme creer que el Valencia puede ganar alguna vez en su historia por catorce a cero en el Camp Nou. Peor que las bombas de napalm.
lunes, 8 de marzo de 2010
Valencia, 0; Racing, 0

