viernes, 19 de marzo de 2010

Werder Bremen, 4; Valencia, 4

En mi peregrinaje por todos aquellos rincones del planeta en los que no hay petardos, falleras y gordos que comen paella en medio de la calle mientras los borrachos de la banda de música contratada por su comisión tocan "Paquito, el chocolatero" o algo que se asemeja a la marcha mora de L'Alcoià, he llegado a Tarazona de la Mancha. No es casualidad. Tarazona de la Mancha, un pequeño y hermoso pueblo de Albacete, situado a menos de 40 quilómetros de la capital de su provincia, es la localidad natal de mi suegra. Tarazona es un pueblo que ejemplifica a la perfección lo que quienes vivimos en ciudades grandes entendemos como la España profunda. Allí parece que el tiempo se detuvo hace 40 años, cuando los jóvenes se tenían que casar con la primera novia que conocieron sin haber cumplido veinte años, las mujeres habían de velar a los muertos como plañideras la noche anterior al entierro y el trabajo en el campo era el principal valor de la vida, mucho más que los estudios o la cultura.
Allí viven los dos primos de mi novia, Manolo y Ángel. Este último, el menor de los dos hermanos, se ha convertido, con el trato, en un amigo más mío y de mi novia. Durante nuestras estancias en Tarazona nos suele acompañar en las largas noches que pasamos en la casa de pueblo que hicimos habitable a partir de una cámara donde, antaño, se almacenaban las carnes crudas de la matanza y la cosecha semestral. Hablamos de películas de terror, un género cinematográfico que nos apasiona a los tres, de series de televisión y de viajes. También hablamos de fútbol, porque Ángel es un buen aficionado a este deporte y, de forma un tanto extraña, tiene una pasión tripartita, como los votantes de Catalunya. Ángel es, por este orden, del Albacete Balompié, el Valencia y el Real Madrid. Sin pecar de inmodesto, creo que, hace unos años, era más del Madrid que del Valencia, pero los éxitos del Valencia en el último decenio y mi irredenta militancia ché creo que han hecho que ahora prefiera un triunfo valencianista a una victoria madridista, si ambas son incompatibles.
Ángel me llevó ayer a ver el Werder Bremen-Valencia a un pub provisto de Canal + y con un propietario valencianista. El sitio se llama Fraggel Rock, un nombre poco original y algo caduco, y reúne diariamente a una parroquia fiel y bebedora, que disfruta de un tipo de música muy popular por estos pagos: el heavy-metal. El heavy es una curiosa forma de rebelión de los jóvenes autóctonos, pues supone una respuesta gritona y estridente a la educación musical que les han transmitido sus padres, un ecléctico pastiche entre José Luis Perales e Isabel Pantoja. De hecho, he asistido a varias bodas en Tarazona y uno de los momentos mágicos de la noche se produce cuando el discjockey pasa de "Tengo un tractor amarillo" a "Highway to Hell", sin que medie entre ambas canciones un Sting, un Bryan Adams o un Elton John. Es el momento en que los padres abandonan la pista de la discoteca, donde se ha servido un generoso resopón, y la invaden sus hijos, recién salidos de los váteres en manada. Ese radical giro del DJ local supone el tránsito entre el cielo viejuno y el infierno resignado, ambos marcados por una sociedad cerrada que los primeros han construido y sus descendientes, sin saberlo, perpetuarán.
En el Fraggel Rock he visto el partido mientras, al lado mío, Ángel se entretenía jugando al póquer con sus amigos. Tenía un ojo en la pareja de ases y otro en las acometidas suicidas del Bremen, hasta el punto de que, en más de un lance del partido, he temido que apostara sin ton ni son, sin tener un buen juego, sólo llevado por la euforia provocada por los goles de David Villa. Ángel seguía el partido con un sólo ojo, pero ha tenido una clarividencia que yo, supongo que contaminado por tanto partido absurdo del Valencia, jamás hubiera rozado. Mediada la primera parte, cuando el partido se había convertido en una partida de póquer similar a la que se desarrollaba a mi lado, ha lanzado una frase lapidaria: "Esto parece un partido benéfico". Tenía toda la razón, porque ambos equipos jugaban con una relajación defensiva alarmante, que, como señalaban los comentaristas del Canal +, podía desembocar en un resultado de balonmano, La falta de centrocampistas, la ineptitud de los defensas y la calidad de los delanteros han transformado un partido de octavos de final de la Europa League en un encuentro entre Amigos de Villa contra Amigos de Friggs. Un choque divertido para el espectador en el que los goles se sucedían casi de forma automática, en el que todo podía pasar y en el que ambos equipos parecían confiarse a la suerte del que reparte las cartas, la fanfarronería del que apuesta más fuerte (los cambios de ambos entrenadores denotaban un continuo "lo igualo y subo 100") y la azarosa respuesta del destino.

El Amigos de Friggs-Amigos de Villa ha acabado con empate a cuatro, un resultado corto para el vendaval de ocasiones que han disfrutado los dos equipos. Los alemanes se han dado cuenta de que el partido no era benéfico cuando ya era demasiado tarde, cuando en el Fraggel, con la llegada de los clientes habituales que habían terminado sus tareas campesinas, han sustituido la narración del partido por parte de Carlos Martínez y Michael Robinson por música heavy. Cuando Ángel ha abandonado su timba porque, en el fondo, estaba perdiendo dinero mientras perdía también parte de su alma, volcada en un Valencia que, pese a que ha marcado cuatro goles fuera de casa, ha sufrido hasta el pitido final.

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