domingo, 27 de septiembre de 2009

Valencia, 2; Atlético de Madrid, 2

Los días que amenaza lluvia en un partido televisado, como sucedía ayer, son los peores. Es cuando, alrededor de mi cabeza, se me aparecen dos duendecillos, como en los dibujos animados, que me tientan en direcciones contrarias. "No vayas al fútbol, quédate en casita a verlo por la tele que así no te mojas y, total, para verlos cagarla, no te pierdes nada", dice uno; "Vete al fútbol, que seguro que no llueve, y si llueve, ganaremos y será uno de los mejores partidos de la temporada", dice el otro. Excepto la temporada pasada, en que la abundancia de partidos televisados con lluvia se sumó al aburridísimo juego del Valencia y entre ambos me hicieron desertar demasiadas veces de Mestalla, suelo hacerle caso al segundo duendecillo. Me gusta ver el fútbol en el campo por muchas razones, pero la más práctica es que, cuando me aburro, no puedo ponerme a hacer otra cosa. En casa el aburrimiento me lleva al zapeo o la lectura; en el campo no tengo más remedio que seguir el partido con cara de gilipollas.
Ya sé que esto forma parte de mi temperamento sadomasoquista: no hay nada como sufrir y no poder apartar la vista, al estilo de la terapia Ludovico de La naranja mecánica. Pero yo soy así. Lo que ocurre es que, con el tiempo, he ido templando mi sufrimiento y he acomodado mi mente a verlo venir. Como los boxeadores, que esperan los golpes para que les duelan menos. Así las alegrías saben mejor y las tristezas duelen menos.
Toda esta disquisición sobre el sufrimiento humano aplicado al fútbol, algo de lo que Camus, por muy futbolero que fuera, nunca habló, me viene al pelo para hablar del partido de ayer. He estado tentado de copiar y pegar mi post sobre el empate contra el Sporting de hace una semana, porque el partido fue exactamente igual: el contrario vestía a rayas rojiblancas, tiene un equipo apañadito (por mucho que digan que es un equipazo, está tan descompensado como el Valencia) y el encuentro se ha desarrollado de la misma manera. No acaban ahí las coincidencias: con el paso de las semanas, me reafirmo en mi idea de que tenemos un portero tirando a malo, una defensa hecha de retazos pobres y un medio del campo más bien triste, en el que juegan un defensa central y un chaval que se pasó los dos últimos años delante de un ordenador meneándosela. Sólo podemos ganar si los de arriba aciertan y las meten casi todas, algo que sólo pasó contra el Valladolid y el Sevilla. A partir de entonces, pasamos de tener cuatro buenos arriba a tener sólo uno, dos el día en que Pablo se pone las pilas. Por eso a Villa le dejan opinar cuando acaban los partidos y, encima, el entrenador se autoinmola dándole la razón.
Marcaron ellos pronto, porque Alexis estaba en uno de esos días en el que hasta se le borran los tatuajes y Bruno veía tantos jugadores atléticos como pelos tiene en su cabeza. La cosa se pudo poner peor, si Agüero y Forlán no estuvieran pensando más en largarse de allí que en hacer su trabajo, y hasta Alexis hubo de pedir perdón a la grada por ser el ejemplo de los males del Valencia: perdió una pelota tonta en medio campo por hacer la gilipollez de turno, no recuerdo si el puto taconcito o un caño a un cura, y no arruinó el partido antes de hora porque el Kun ni se creyó el regalo. Cuando, con el equipo con el agua al cuello, Silva y Banega emularon al tatuado central, no detecté acto de contrición alguno.
Llegó entonces el momento desbocado de este equipo, cuando a Villa le empiezan a salir las cosas, Silva se deja de tonterías, Mata aparece desde su escondite en la banda y Pablo se suelta y se convierte en un alegre extremo. Y, sin darme cuenta, teníamos el partido en nuestro poder. No a la heroica, que somos demasiado pijos para eso, sino con elegancia y buen gusto. Los goles más bonitos de la liga (el segundo de Villa al Sporting, el que marcamos en Getafe y el de Pablo de hoy) no nos han servido para gran cosa, pero mola mucho volver a verlos una y otra vez en la tele.
Mucho después ha pasado lo que yo ya me temía, porque a uno, a esta edad, se la juegan una vez, no dos. El día del Sporting estaba convencido de que no se nos escapaba el partido y hoy sabía con certeza que se nos iría al final. El equipo ha empezado a jugar como si estuviera en un circo: unos hacían payasadas, otros metían la cabeza en la boca del león y los demás corrían por un alambre a diez metros de altura. Pero si la semana pasada Unai pudo echarle la culpa a los jugadores del desastre final, hoy ha querido sumarse al circo y se ha convertido en empresario a la vez que en atracción circense. Como Ángel Cristo pero sin saber pronunciar la "r".
Lo más triste de todo es que no ha llovido. Los días en que pasan estas cosas (desgraciadamente cada vez más habituales), si ha llovido, siempre te queda la sensación total de que has hecho el memo yendo al campo a mojarte para ver al Valencia cagarla. Pero, si no llueve, te vas del campo pensando que has tenido suerte porque, al menos, no te has mojado. Y el siguiente partido televisado con lluvia, vuelves a Mestalla.

2 comentarios:

  1. Este es el blog del samaruc donde un borinot de Fuenterrabía es el protagonista

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  2. Llastimosa la defensa i el mig del camp que té el València, tant com és de “sabut” l’entrenador (hi ha vegades que en lloc de parèixer basc d’Hondarribia pareix argentí de la Boca amb tanta paraulera buida i recurrent) i els de davant tampoc ajuden tant a millorar el conjunt, malgrat la seua qualitat indiscutible, desapareixent massa sovint.

    Cap a la meitat de la primera part, després del desori inicial, pareixia que la cosa s’hi havia redreçat, coincidint amb la major participació dels davanters en tasques de creació. Fruit d’aquesta situació vingueren els dos gols (el de Pablo de pura filigrana, si ho hagueren fet Cristiano o Messi ens el repetirien fins a la vomitera). Però, com sempre, no foren capaços de matar el partit amb un parell de gols més. Aquesta vegada, almenys, ho intentaren, però pareix que, en la mateixa línia que diu Paco dels davanters de l’Atlètic, a alguns del València (el famós “trident” ofensiu) els pesa el pensament d’haver perdut aquest estiu l’oportunitat de la seua vida, amb més pasta i més aparador per a la seua projecció personal (Villa es deu mossegar les ungles pensant que al Barça s’haguera posat les botes des de la primera jornada i no en portaria “només” sis), alguns pareix que no rematen amb desgana (cas de Silva que abans les entrava totes).

    Com diu Paco, la defensa és dolenta de collons, encara que, potser, mirats un a un no son tan dolents (l’any passat es notà quan faltà Alexis), per tant molta de la culpa i el que falla és el sistema i la col•locació (si foren bons s’haurien de saber re-col•locar sense fer cas de les errònies indicacions de l’entrenador), fallen en la cobertura i la disposició de cada jugador en ordre defensiu, la majoria de les vegades corren escapçats com pollastres amb coll tallat. El que ha vingut no ha millorat el que hi havia.

    La situació del centre del camp no té nom, ni Marchena millora a Albelda, ni Banega fa oblidar Baraja, es nota una falta total de jerarquia futbolística allà un més falta fa, en la sala de màquines de l’equip. Les solucions de la banqueta donen la impressió de ser pitjors, Fernandes, Michel (que no és mig campista), Maduro, Joaquín. La secretaria tècnica hauria d’estar buscant desesperadament algunes joies joves, i de casa, per a aquesta parcel•la i pareix que ni està, ni se li espera.

    A l’entrenador se li hauria de llegir la cartilla al respecte del treball tàctic en defensa i distribució del personal en el camp, potser arran de la gespa no s’observen en perspectiva els desajustos que es veuen clarament en la televisió (aquest entrenador no té video ?), però algú dels del cos tècnic ho hauria de veure (què aquest entrenador treballa sol ?).

    Com aquest any no aniré al camp les meues reflexions podran ser menys viscerals i més reflexives, no tant per buscar culpables (què també) sinó per apuntar solucions (utòpiques per suposat). Els errors de planificació esportiva i la falta d’un projecte definit a mig termini, pesen com una llosa en l’ànim de l’equip i en dels abnegats parroquians. Les frustracions que s’acumulen any rere any van minat la paciència i l’esperit de l’afició, cada vegada menys pacient i cada vegada més crítica amb l’equip.

    Però continuarem sent masoquistes.

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