jueves, 7 de enero de 2010

Valencia, 1; Deportivo, 2

Hace dos meses os contaba en este mismo blog que cumplía con devoción una de las reglas de oro de Alfred Hitchcock en el cine a la hora de ver partidos de fútbol: no soportaba ni a los niños ni a los animales. Como soy un tipo contradictorio, he de confesar que a los dos últimos partidos del Valencia en Mestalla he acudido con mi sobrino Nicolás. Nico es un niño de casi 11 años, inteligente y despierto, que posee una interesante cualidad: es un desastre jugando al fútbol, pero le gusta ver partidos. En ese sentido, es como cualquier adulto que haya superado los 40 años. Me acompañó el día del Espanyol y disfrutó de esa emoción que, en todos los órdenes de la vida, sólo tienen el fútbol y el sexo: te dan la ocasión de gozar una inmensa alegría en el último momento, lo que hace que, una vez acabado, se te quede cara de felicidad durante mucho rato. El gol de Zigic enseñó a Nicolás la magia que encierra el fútbol, ese momento orgásmico que se recuerda durante mucho tiempo.
Hoy lo he tenido mucho más complicado. Porque ir al fútbol con un niño implica una labor educativa. Yo aprendí a ver el fútbol en compañía de mi padre, quien me inculcó esa visión relativa, entre esperanzadora y lacónica, con la que profeso mi pasión valencianista. Aprendí que el fútbol es como la vida, que sólo te concede alegrías parciales, nunca la felicidad completa, y que lo bueno y lo malo se alternan y hasta conviven sin rubor. Y esa, ya que me ha tocado ahora a mí ser el pedagogo, es la filosofía de vida y de fútbol que quisiera transmitirle a mi sobrino. Me fue fácil explicarle que no siempre se gana y que, en el fútbol, la realidad y el deseo no van siempre de la mano. Que, en fin, con trabajo y talento se pueden conseguir muchas cosas, aunque en esta ocasión el trabajo y el talento los hubiera puesto el Deportivo.
Lo que no me fue tan fácil explicarle a Nicolás es por qué Joaquín se quería ir cuando Emery se decidió a hacer cambios y seguía empeñado en que el gaditano intentara una y otra vez ese regate que no le sale nunca. Por qué Dealbert había olvidado su pasado y ya se sabe que quien olvida su pasado está condenado a repetirlo. En el caso del castellonense, cuatro meses de liga le habían borrado de la memoria su vida como central del montón de segunda división y ayer se le apareció en forma de fantasmas. O por qué Marchena juega en este equipo de medio centro si es el peor medio centro que he visto nunca y uno de los mejores centrales del equipo. O por qué al señor que estaba en el banquillo se le ocurrió hoy, de repente, que el Valencia era el Wimbledon de los años 90, aquel equipo lleno de negros culturistas dirigido por Vinnie Jones cuya única estrategia era lanzar pelotazos para que sus torres los pillaran. O por qué, cada vez que caía un jugador del Depor lesionado, uno de los vecinos de la hoy desangelada grada gritaba "Pégale un tiro, Miguel". O por qué hoy no jugaba César cuando, según el acertado criterio de Nicolás, "es mucho mejor que Moyà". O por qué Emery descubre las cosas por casualidad, como que Banega es mejor medio centro destructor que constructor o que Zigic puede servir como revulsivo en la última media hora, pero luego o se le olvidan o no las quiere poner en práctica. Un millón que porqués a cosas absurdas que han sucedido hoy en Mestalla.
Voy a seguir intentando que a Nicolás le guste venir a Mestalla conmigo. Pero, con días como hoy, creo que va a ser más complicado que ganar un título esta temporada.

2 comentarios:

  1. Con tantas copas en estas fiestas ya no tenían más ganas anoche. Por lo menos la DGT no les podrá multar al no ir cargados de copas.

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  2. Emery no descubre las cosas por casualidad, las descubre cuando las hace a sugerencia de la "opinión pública" y en contra de sus propias creencias, criterio que tiene el tío. Gran crónica Paco.

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