domingo, 14 de marzo de 2010

Barcelona, 3; Valencia, 0

He pasado casi toda la semana en Barcelona, aprovechando un viaje de trabajo para huir de las Fallas. Para los pocos que me leeis desde fuera de Valencia, la decisión de huir de las Fallas puede parecer ridícula: es algo así como esconderse el día de tu cumpleaños, el día en que la gente te hace regalos y te llama para felicitarte. Pero os puedo asegurar que las Fallas son un martirio para quienes vivimos en Valencia y no somos falleros. Es como si la ciudad se viera invadida durante más de quince días por un ejército, vestido de manera muy hortera, que aplica sus propias leyes, con la complacencia de las autoridades.
Una de las cosas más molestas de las Fallas es la licencia que tiene todo el mundo para lanzar petardos en la calle. La ciudad se convierte en una especie de zona de guerra, hasta el punto de que, si a ella acudiera algún bosnio despistado, creería que los serbios han cruzado media Europa, vestidos con un blusón negro y un pañuelo a cuadros grises en el cuello, para tomar el Miguelete. Desde el 1 de marzo, la vida en Valencia es un interminable sobresalto de ruidos, día y noche, que acaba por destrozarte los nervios. A mí, desde luego, hoy me los ha destrozado, porque ya os conté en otro post que tengo un vecino que tiene la pirotécnica costumbre de celebrar los goles del Valencia haciendo estallar petardos, una buena guía para cuando no hay forma humana de ver los partidos.
Yo, que he llegado a media tarde de Barcelona, tranquilo, con el único sobresalto de comprobar que la bella capital catalana no está invadida por las hordas falleras, sino por las oficinas de La Caixa y las tiendas de Desigual, me he puesto a ver el partido en el ordenador, dada mi aversión a pagar por ver un encuentro en el que las posibilidades de ganar de mi equipo son mínimas. Y el ordenador tiene un problema: que la señal llega con bastantes segundos de retraso respecto al tiempo real. Por ello, como ya os conté, los petardos del vecino me anticipan los goles valencianistas y, aunque los celebre con alegría, no es lo mismo. Hoy sí. Hoy jugábamos contra el Barcelona y, al cuarto de hora de partido, cuando todavía mi portátil no había cargado el buffer para ver el encuentro con normalidad, los ruidos desde el exterior, los que, en otra época del año, me avanzan las victorias del Valencia, me indicaban que ganábamos por catorce a cero. A pesar de que no tengo razones objetivas que lo justifique, soy optimista por naturaleza cuando juega el Valencia y siempre, de manera irracional, pienso que el partido que me dispongo a ver será de esos que recordaré durante décadas por lo glorioso del triunfo de mi equipo. Pero un 0-14 en el Camp Nou, contra el Barça que ha ganado seis copas en esta temporada, en quince minutos no sólo rebasaba mis previsiones más optimistas sino que colmaba hasta mis más increíbles alucinaciones. Y, la verdad, fumo pocas veces hierba.
Claro que podría tener su lógica. Villa habría recuperado milagrosamente su olfato de gol con la luxación de su hombro, al temer una caída que agravara su articulación y colocar su cuerpo al chutar en una posición algo más escorada que propiciaba que sus disparos no se estrellaran contra el poste, podría ser que Mata hubiera dejado en ridículo a Dani Alves y que Silva pensara en que, viendo a Xavi e Iniesta en el campo, estaba jugando con la selección. Era, pues, explicable, aun de manera lejana, que el Valencia hubiera llegado catorce veces a la meta de Valdés en quince minutos con una efectividad del cien por cien. Con el Valencia nunca se puede decir que un partido está resuelto, ni ganando por catorce a cero, sobre todo cuando ha adoptado la curiosa costumbre de jugar una buena parte de sus encuentros con un futbolista menos que el contrario, pero algo muy gordo tendría que pasar para que el Barcelona le metiera más de catorce goles hasta el final del choque, lo que, en mi ilusión, daba el encuentro por resuelto. A esa ilusión contribuyó el hecho de que, en los días en que he estado en Barcelona, mis amigos culés han manifestado un insidioso desinterés por el partido de hoy contra el Valencia, mucho más preocupados en descojonarse de la eliminación del Real Madrid en la Champions. Y cuando eso ha ocurrido a lo largo de la historia (no la eliminación del Madrid, porque en ese caso el estadio del Barça sería un chollo para nosotros, sino el desinterés de los barcelonistas), el Valencia ha sacado tajada del Camp Nou.

Por fin he comenzado a ver el partido en el ordenador con continuidad y, para mi desilusión, he comprobado que el marcador permanecía empatado a cero. O nos habían anulado catorce goles y el vecino petardero no se había dado cuenta o pasaba algo extraño. Entonces he caído. No estaba en Barcelona, viendo el partido por internet en la habitación de mi hotel con vistas a las obras de la Sagrada Família, con más grúas que Benidorm, ni por supuesto en las gradas del coliseo barcelonista, sino en mi casa, rodeado de un ejército enemigo cuya táctica para derrotarme es hacerme creer que en cualquier momento una de esas explosiones derribará parte de mi casa, pero que sólo consigue hacerme creer que el Valencia puede ganar alguna vez en su historia por catorce a cero en el Camp Nou. Peor que las bombas de napalm.

Por explicarlo bien, que el vecino pirotécnico no se había vuelto loco, se había clonado en catorce tipos como él a los que no les gustaba el fútbol y que estaban todos en la puerta de mi casa. No me hizo falta ver que Villa estaba en la grada con el hombro jodido, que Mata ni siquiera era titular y que Silva no se había confundido de equipo. Y, pese a que el Valencia hizo una notable primera parte, en el descanso llegué a la conclusión de que el partido no lo ganaríamos hasta que a los tipos que habían organizado la espontánea mascletà delante de mi casa dándome, por unos instantes, la única satisfacción en Valencia de esta semana fallera no se les acabaran los petardos. No sólo no ha ocurrido eso, sino que no se les acabarán hasta la madrugada del día 20. Claro que, para entonces, espero haberme vuelto a escapar.

1 comentario:

  1. jijiji tranquilo que no ganamos que en ese caso nos habrían metido una mascletá en cada esquina

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