domingo, 24 de enero de 2010

Tenerife, 0; Valencia, 0

Me he pasado el día barruntando la posibilidad de comprar el partido de ayer en el pay-per-view. A favor de comprarlo estaba mi escasa pericia con el ordenador a la hora de engancharme a los partidos del Valencia por internet, una circunstancia que, como ha he contado en otro post, convertía cada encuentro en un coitus interruptus de fútbol: ahora va la imagen, ahora se para durante medio minuto. En contra, esa absurda superstición que me dice que cada vez que compro un partido del Valencia es el pufo de la temporada. Me pasa desde que el Valencia ganó su última liga, porque creo recordar que la última vez que dí por bien aprovechados los doce euros que me cobra Digital + por ver un choque del Valencia fue la tarde de Sevilla en que los goles de Vicente y Baraja nos dieron definitivamente aquel título. Desde entonces, cuando he comprado un partido del Valencia el que ha jugado no ha sido el Valencia, sino ese equipo idiota que está formado por los mismos jugadores que el Valencia y viste igual que el Valencia. Tengo mala memoria para las cosas que no me producen placer, pero recopilando me encuentro con partidos en Soria, Valladolid, Sevilla y La Coruña donde me topé con ese equipo. Seguro que ha habido más en estos casi seis años. Lo triste es que ni siquiera puedo pensar que soy gafe: en este sexenio que se cumplirá en mayo, el equipo idiota ha jugado demasiadas veces y cuando me he gastado 12 euros en verlo la probabilidad de encontrármelo ha sido alta.
Al final he optado por una solución más "gorrona" y menos culpable que contemplarlo en internet: un simpático comercio hostelero en el que, a cambio de una consumición, puedes ver el partido. Pero, a diferencia de lo que es habitual por estos pagos, el simpático comercio hostelero no era un bar de esos llenos de personajes que parecen salidos de una película de Stephen Frears, tiposs que utilizan los bares como poza en la que vomitar sus frustraciones, ya sea bebiendo, ya sea viendo partidos de fútbol mientras beben. El establecimiento era un café de los pijos que han proliferado en estos tiempos, en los que, cuando pides un café sólo, te sacan una carta con 37 variedades diferentes de café, ordenados por procedencia, aroma y retrogusto. Un lugar en el que el simple acto de pedir un café se convierte en un problema. Y el público de ese café era tan variopinto como la oferta cafetera: mujeres con niños que hablaban de la eliminación de Karmele en Eurovisión, señores muy mayores, de esos que piensas que se han pasado la vida en ese bar porque era el único sitio en el que su vida tenía sentido, y fanáticos valencianistas con maneras de clientes de un establecimiento que no utilizan el local como poza para vomitar sus frustraciones.
El problema es que, no sé si ha sido el complejo de culpa de estar en un local como ese y no consumir sólo un cafetito, aunque te pases diez minutos en elegirlo o ver a Emery pensando en la banda, pero el partido, esos estúpidos noventa minutos en los que el Valencia ha jugado como si fuera un equipo de media tabla para abajo, me ha puesto muy nervioso. En partidos del equipo idiota, el azar es un elemento fundamental en el juego y, en este caso, ha tenido que ser César el depositario de ese azar. Y, cuando esa responsabilidad recae en César, puede pasar de todo. No porque el tipo sea un mal portero, pues de hecho pienso que es el mejor que puede tener el Valencia con su situación económica, sino porque es un agonías. Cada vez que cae el suelo a causa de una parada, se levanta como lo hago yo de la cama cada día, sin ninguna gana de llevar a cabo dicha acción. Cojea un poco, o anda como mi abuela, y sigue jugando. Por mucho menos que eso, futbolistas como Vicente o Del Horno se pillarían, como mínimo, tres meses de baja. Y, claro, pensar que, como pasa en el boxeo, a la próxima no se levantará y saldrá Moyà, me desasosiega bastante.
A mí hoy César me ha recordado a ese Muhammad Alí que peleó en Manila contra Joe Frazier y ganó el título mundial sólo porque le dijo a su entrenador que tirara la toalla unos segundos más tarde de lo que lo hizo el entrenador de Frazier en la esquina contraria. César se ha levantado cada vez que el balón le golpeaba y ha acabado por ganarle el combate a sus achaques seniles. Y nos ha dado un punto que no está nada mal, para los méritos que hemos hecho. Y para que los que nos han dado la paliza durante la semana hablándonos de que el Valencia es una alternativa al título de liga nos dejen tranquilos de una vez. En Sevilla sabremos si este equipo (supongo que el Valencia, no el idiota) será una isla entre los dos grandes y el resto o un cabo del gran continente de los mediocres.
La conclusión de este cuento imbécil la saqué más tarde, al darme cuenta de que había visto al equipo idiota gratis. Que me había ahorrado 12 euros que pensaba gastar en ver al Valencia y que, aunque los hubiera pagado, no lo habría visto, sino a ese equipo idiota que me suena ya a pesadilla crónica.

3 comentarios:

  1. Lo tuyo es grave... ya tardas lo mismo en pedir un café que Unai en hacer cambios

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  2. Per a la meua desgràcia, jo vaig pagar els 12 euros i quasi em tiren de casa per gastar diners sense profit.

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  3. Menos mal que no jugó Dertycia.

    BT

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