
lunes, 26 de abril de 2010
Valencia, 1; Deportivo, 0

lunes, 19 de abril de 2010
Real Madrid, 2; Valencia, 0

jueves, 15 de abril de 2010
Valencia, 2; Athletic, 0


lunes, 12 de abril de 2010
Mallorca, 3; Valencia, 2


La gran diferencia entre el patio de mi colegio y el Valencia en el Ono Estadi es que, cuando jugábamos con ansias infantiles, no necesitábamos un entrenador que nos dijera en qué momento teníamos que salir del terreno de juego ni en qué posición debíamos de jugar. Y, por lo tanto, nadie se enfadaba cuando lo cambiaban, nadie le pegaba un cabezazo a un rival cuando se hartaba de hacer el ridículo, ni nadie pensaba que el tipo que hacía las alineaciones era un inútil de tomo y lomo al que había que respetar, siguiera o no siguiera a final de temporada. Sencillamente, éramos felices en ese caos futbolero y no teníamos necesidad de que nadie nos molestara.
jueves, 8 de abril de 2010
Atlético de Madrid, 0; Valencia, 0


Con toda sinceridad, he pensado que el Valencia pasaría la eliminatoria, aunque fuera de esa forma tan singular. Pero entonces ha pasado eso que pasa tanto en Europa y que hace que el fútbol se convierta algo parecido a un juicio por corrupción: que la decisión de empapelar a un político quede en manos de un inútil. He sentido más perplejidad que indignación, quizás porque vi algo muy similar hace unas semanas en un partido de octavos de final de la Champions entre el Bayern Munich y la Fiorentina. Y, como os he dicho antes, la repetición me acaba por hacer perder sentimientos. Me ha dado por pensar que el tema de los arbitros UEFA es como los altos cargos de la Generalitat Valenciana: cada vez son más y cada vez sirven para menos. La UEFA experimenta esta temporada con seis árbitros en la Europa League y ni siquiera doce ojos fueron capaces de ver cómo a Juanito sólo le faltaba pegarle un tiro en la nuca a Zigic para que no rematara e hiciera el gol del paso a semifinales. Fueron los únicos, porque incluso a JJ Santos y Guillermo Amor les pareció que aquello había sido penalti. Sólo salí de mi perplejidad cuando JJ se puso, con cara de felicidad, a contarnos que había unas pizzas estupendas que, si no te las traen a casa en 30 minutos, te salen gratis. He estado a punto de encargar la "Alemana", compuesta principalmente por chorizos, pero al final me he arrepentido por el temor a pillar una indigestión.
miércoles, 7 de abril de 2010
El Neoclásico
Me gusta la literatura clásica, el cine clásico y la música clásica. Por eso, me revienta bastante que a los Madrid-Barcelona y los Barcelona-Madrid los hayan denominado "El Clásico". Creo recordar que el sustantivo es una invención de los tipos que trabajan para el grupo PRISA, en un tiempo en el que toda España llamaba a ese partido "El derby". Algún nerd de la historiografía del fútbol aclaró que "derby" era una palabra que hacía referencia a partidos entre equipos de la misma localidad y, copiando la denominación argentina, bautizó como clásico el doble choque anual entre catalanes y madrileños. Curiosamente, en Argentina llaman "clásico" a lo que es un "derby", el Boca-River.

Lo clásico es aquello que, con el paso del tiempo, sigue teniendo el mismo componente emocional que en el momento en el que fue creado. Cosas como el Quijote, la novena sinfonía de Beethoven o "La noche del cazador". Pero un Madrid-Barça de la temporada 78-79, por ejemplo, no sólo no conserva la misma emoción que tenía cuando se jugó, sino que el 99 % de los aficionados ni siquiera se acuerda ni del resultado. Si acaso, lo deberían haber llamado "neoclásico", como homenaje a la corriente artística del XVIII que intentaba imitar los modelos clásicos a base de repetir sus estructuras. En el caso de los Madrid-Barça, la repetición consiste en la insoportable semana previa al partido, que llena páginas de periódicos, para desesperación de los ecologistas, y ocupa cientos de horas en la radio y la televisión, para desgracia de los que no están sordos.
Al revés que a gran parte de la población de este país, el Madrid-Barça me la ha traido floja toda mi vida. Sólo me ha interesado cuando, del resultado, podía sacar provecho el Valencia, pero al mismo nivel que un Almería-Racing de Santander. Es decir, bien poco. Sin embargo, la tendencia que todos los aficionados al fútbol tenemos de ir por uno de los dos equipos que están jugando me obliga a desear que uno gane. Si no, el fútbol no tiene gracia. Me ha pasado en ocasiones tan absurdas como apoyar al Valerenga en un partido contra el Brann de la liga noruega, al Os Belenenses contra el Gil Vicente en uno de la liga portuguesa o al Tomelloso contra el Melilla en un encuentro de segunda B. No tengo razones objetivas para preferir que gane el Valerenga, el Os Belenenses o el Tomelloso, pero me las creo yo solo. O me gusta más la camiseta de uno que de otro, o me cae bien un jugador o sencillamente veo que son más malos que sus rivales. Y, en esto último soy muy inflexible: siempre voy por los malos.
Aparte de las ocasiones en las que ese partido podía influir en la clasificación del Valencia, me ha dado igual que ganara el Madrid o el Barça en el neoclásico. Excepto cuando uno de los dos equipos enarbola una filosofía existencial que me mola. Así, por ejemplo, prefería el Madrid de la Quinta del Buitre al Barça de los fichajes rutilantes o el Barcelona de Cruyff al Madrid de Beenhakker. El primero porque representaba una apuesta por el fútbol nacional, por mirar hacia adentro y trabajar con la base frente al que sale a mirar escaparates y tirar de tarjeta de crédito. El segundo porque quería jugar al fútbol y que el espectador lo pasara bien.

Por ambas razones, sería bueno que el neoclásico del sábado lo ganara el Barça. No es que sea un club que me caiga demasiado bien, tradicionalmente quejica pese a gozar de bastantes más prebendas de las que presume carecer, pero representa, hoy en día, el triunfo de una filosofía muy interesante para el fútbol. No me refiero a jugar bonito, que también lo hace, sino a crear una estructura desde la base que hace reconocible a un equipo, que convierte a un club en un equipo. El Barça, que durante décadas fue un club empeñado en gastarse el dinero como si luego se lo fueran a compensar los de la trama Gürtel, mira ahora hacia su propio esqueleto para hacer un equipo competitivo y, sin gastarse mucho dinero, ha fabricado el mejor equipo del mundo. Más o menos como hizo Stefan Kovacs con el Ajax de los setenta, Bob Pasley con el Liverpool de los ochenta, Arrigo Sacchi con el Milan de los noventa o Alex Ferguson con el Manchester de estos últimos años. Enfrente tendrá al envés de su hoja: un club cuya única filosofía es tirar de talonario para reunir cromos difíciles de ensamblar. Y en un enfrentamiento entre ambas formas de ver el mundo, me quedo con la romántica.
lunes, 5 de abril de 2010
Valencia, 3: Osasuna, 0

Cuando juega el Valencia, como es obvio, quiero que gane el Valencia. Y, en ese caso, lo de menos es pensar en encontrarme con una acción brillante en el partido. Me gusta que mi equipo juegue bien al fútbol (y eso no significa fútbol de salón, sino que sea consecuente con una filosofía del juego), pero, sobre todo, me importa que gane. Ya sé que soy muy prosaico en este tema, pero la historia me ha demostrado que hay ocasiones en las que la estética debe ceder paso a la práctica, por muy amante de la belleza que sea uno. Cuando gana el Valencia hay dos maneras de recordar un triunfo: la matemática, cuyo recuerdo sólo remite a los puntos en juego, y la memorable, en la que ni siquiera se recuerdan cuántos puntos había en juego, sino el envoltorio del triunfo. Cuando pierde, sólo hay una manera: la tristeza.

Pero he aguantado porque presumía que el Valencia lo podría ganar y, de esa manera, almacenarlo en mi memoria como una simple cifra: tres puntos. Ni siquiera imaginaba que el partido me ofrecería algo más que un gol medio extraño, de imposible recuerdo en un futuro, un par de ocasiones del Osasuna, perfectamente olvidables, y un buen rato de sufrimiento en la grada causado por los disparates defensivos de dos centrocampistas reconvertidos en centrales. Pero, mira tú por dónde, el Valencia-Osasuna me ha dado mucho más de lo esperado: un gol de Joaquín de esos que hacen que mis neuronas sigan vivas, manteniéndolo en mi memoria durante años, aunque con toda seguridad seré lo único que recuerde del paso de Joaquín por el Valencia. Y, por encima de todo, tres puntos, que nos aproximan a un título que jamás recordaré: el de campeón de la liga que no existe.
jueves, 1 de abril de 2010
Valencia, 2; Atlético de Madrid, 2

