jueves, 1 de abril de 2010

Valencia, 2; Atlético de Madrid, 2

Un partido de competición europea contra otro equipo español me produce sensaciones extrañas. Es como cuando invitas a alguien más o menos ilustre a cenar a tu casa y te comportas como si tu casa no fuera tu casa. No te tumbas en el sofá como un león marino, vas vestido como si fueras a salier a la calle y pones en la mesa una vajilla que nunca utilizas. Eres consciente de que estás en tu casa, porque conoces todos sus rincones, pero no te comportas como cuando estás en tu casa sin invitados. En el caso de las eliminatorias europeas contra equipos españoles, las disputan jugadores que se ven las caras con asiduidad durante la temporada, pero sacan sus mejores trajes para tratar de impresionar al rival ante la mirada de dirigentes guiris, árbitros guiris y televidentes guiris.
He visto en mi vida varias eliminatorias europeas del Valencia contra equipos de su liga y nunca dejan de sorprenderme. En ellas pasan cosas muy raras. Como que Angulo se convirtiera en un ariete letal en una semifinal europea de la Champions, que el equipo de disfrazara de italiano en una semifinal de la Copa de la Uefa contra el Villarreal o que Saura pareciera Maradona en unos cuartos de final de la Recopa también contra el Barça. Si a esto añadimos que el rival de estos cuartos de final de la Europa League era el Atlético de Madrid, un equipo tan bipolar como el Valencia, la noche prometía ser digna de un programa de Iker Jiménez, pero sin la esposa con cara de Manolo Santana que tiene a su lado en el plató.
No me equivoqué. Valencia y Atlético de Madrid ofrecieron ayer a un Mestalla vestido con sus mejores galas un espectáculo tan bizarro como excitante. Fue bizarro por raro, no por escabroso. Y excitante por su capacidad para enseñarnos lo bello que es el fútbol. Un espectáculo cuyos actores ya eran de por sí extraños. Repasemos. El Valencia jugaba con un lateral izquierdo al que, hace menos de dos meses, Emery quería mandar al Mestalla para que se fogueara como extremo. Jordi Alba, para colmo, estaba medio cojo, después de los esfuerzos a los que le está sometiendo en este tramo de la temporada la exigencia del calendario, y, la verdad, tiene poca pinta de lateral. Es un poco como Roberto Carlos en esmirriado, pero con la cara y el físico de Raúl Tamudo. Sin embargo, el chaval estuvo soberbio y, de rebote, generó un hecho más insólito que sus méritos. En la primera parte, su atrevimiento para sumarse al Séptimo de Caballería atacante del Valencia provocó que Perea, al que hasta los atléticos consideran un petardo como lateral derecho, se erigiera en un buen extremo derecha. Y Perea, que es como un Palomo Usuriaga pero en trompo, ha parecido hasta un peligro para César.
Han pasado más cosas raras. Emery ha quitado a Mata para sacar a Vicente, que es algo así como mandar un equipo de Paralímpicos a los Juegos Olímpicos. No obstante, cuando yo ya imaginaba una banda izquierda con aroma a vacaciones en Miami, Vicente se ha mostrado como un futbolista mucho más desequilibrante que Mata. El problema, y eso no es tan raro, es que luego ha sacado a Zigic y la salida del serbio al campo provoca en sus compañeros una insólita mutación: se olvidan de que trenzando el juego habían llegado en multitud de ocasiones a generar peligro y se convierten en lo más parecido a un pateador de un partido de rugby. El Valencia se transforma en un equipo irlandés de segunda fila, cuya única razón de ser es provocarle dolor de cabeza al balón de tanto pelotazo.
Todas esas rarezas y otras que no caben en un post como este cupieron en el Valencia-Atlético de Madrid de la Europa League, pero, al final, al mirar el marcador me di cuenta de que ese mismo resultado se había dado en la liga. Todo aquel rollo de no tumbarte en el sofá como un elefante marino, vestir como si se casara tu prima o sacar la vajilla que tu madre te compró para que sólo la sacaras cuando quisieras lucirte, no había servido para nada. Cuando se fueran los invitados ilustres, la liga volvería a ser tu casa, el lugar en el que te sientes como en ningún sitio del mundo.

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