miércoles, 7 de abril de 2010

El Neoclásico

Me gusta la literatura clásica, el cine clásico y la música clásica. Por eso, me revienta bastante que a los Madrid-Barcelona y los Barcelona-Madrid los hayan denominado "El Clásico". Creo recordar que el sustantivo es una invención de los tipos que trabajan para el grupo PRISA, en un tiempo en el que toda España llamaba a ese partido "El derby". Algún nerd de la historiografía del fútbol aclaró que "derby" era una palabra que hacía referencia a partidos entre equipos de la misma localidad y, copiando la denominación argentina, bautizó como clásico el doble choque anual entre catalanes y madrileños. Curiosamente, en Argentina llaman "clásico" a lo que es un "derby", el Boca-River.

Lo clásico es aquello que, con el paso del tiempo, sigue teniendo el mismo componente emocional que en el momento en el que fue creado. Cosas como el Quijote, la novena sinfonía de Beethoven o "La noche del cazador". Pero un Madrid-Barça de la temporada 78-79, por ejemplo, no sólo no conserva la misma emoción que tenía cuando se jugó, sino que el 99 % de los aficionados ni siquiera se acuerda ni del resultado. Si acaso, lo deberían haber llamado "neoclásico", como homenaje a la corriente artística del XVIII que intentaba imitar los modelos clásicos a base de repetir sus estructuras. En el caso de los Madrid-Barça, la repetición consiste en la insoportable semana previa al partido, que llena páginas de periódicos, para desesperación de los ecologistas, y ocupa cientos de horas en la radio y la televisión, para desgracia de los que no están sordos.

Al revés que a gran parte de la población de este país, el Madrid-Barça me la ha traido floja toda mi vida. Sólo me ha interesado cuando, del resultado, podía sacar provecho el Valencia, pero al mismo nivel que un Almería-Racing de Santander. Es decir, bien poco. Sin embargo, la tendencia que todos los aficionados al fútbol tenemos de ir por uno de los dos equipos que están jugando me obliga a desear que uno gane. Si no, el fútbol no tiene gracia. Me ha pasado en ocasiones tan absurdas como apoyar al Valerenga en un partido contra el Brann de la liga noruega, al Os Belenenses contra el Gil Vicente en uno de la liga portuguesa o al Tomelloso contra el Melilla en un encuentro de segunda B. No tengo razones objetivas para preferir que gane el Valerenga, el Os Belenenses o el Tomelloso, pero me las creo yo solo. O me gusta más la camiseta de uno que de otro, o me cae bien un jugador o sencillamente veo que son más malos que sus rivales. Y, en esto último soy muy inflexible: siempre voy por los malos.

Aparte de las ocasiones en las que ese partido podía influir en la clasificación del Valencia, me ha dado igual que ganara el Madrid o el Barça en el neoclásico. Excepto cuando uno de los dos equipos enarbola una filosofía existencial que me mola. Así, por ejemplo, prefería el Madrid de la Quinta del Buitre al Barça de los fichajes rutilantes o el Barcelona de Cruyff al Madrid de Beenhakker. El primero porque representaba una apuesta por el fútbol nacional, por mirar hacia adentro y trabajar con la base frente al que sale a mirar escaparates y tirar de tarjeta de crédito. El segundo porque quería jugar al fútbol y que el espectador lo pasara bien.

Por ambas razones, sería bueno que el neoclásico del sábado lo ganara el Barça. No es que sea un club que me caiga demasiado bien, tradicionalmente quejica pese a gozar de bastantes más prebendas de las que presume carecer, pero representa, hoy en día, el triunfo de una filosofía muy interesante para el fútbol. No me refiero a jugar bonito, que también lo hace, sino a crear una estructura desde la base que hace reconocible a un equipo, que convierte a un club en un equipo. El Barça, que durante décadas fue un club empeñado en gastarse el dinero como si luego se lo fueran a compensar los de la trama Gürtel, mira ahora hacia su propio esqueleto para hacer un equipo competitivo y, sin gastarse mucho dinero, ha fabricado el mejor equipo del mundo. Más o menos como hizo Stefan Kovacs con el Ajax de los setenta, Bob Pasley con el Liverpool de los ochenta, Arrigo Sacchi con el Milan de los noventa o Alex Ferguson con el Manchester de estos últimos años. Enfrente tendrá al envés de su hoja: un club cuya única filosofía es tirar de talonario para reunir cromos difíciles de ensamblar. Y en un enfrentamiento entre ambas formas de ver el mundo, me quedo con la romántica.

2 comentarios:

  1. Ahora lo han llamado el partido del milenio. Megalomaníacos son un rato.

    Yo también prefiero que gane el Barça. Y no es que quiera que gane el Barça, que me la bufa, si no que siempre soy del que juega contra el trampas. Algunos lo llaman antimadridismo, yo lo llamo hartura.

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  2. Tengo cita el sábado para cenar. Se depila y no es metrosexual. Paso del neoclásico.

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